¿Cómo ganarle a la procrastinación?
Estrategias de la ciencia para alcanzar nuestras metas en ausencia de motivación
Crecimiento en breve:
La procrastinación se basa en el deseo innato de placer y el rechazo al dolor; un rasgo natural que podemos utilizar a nuestro favor.
Los mecanismos de compromiso, basados en la Ley de Skinner, nos ayudan a vencer la procrastinación transformando el placer y el dolor en motivadores extrínsecos.
Apelar al "dolor" como estrategia para alcanzar nuestros objetivos puede ser más efectivo que enfocarse en el "placer", según la psicología del comportamiento.
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Esta entrada hace parte de nuestras series sobre emprendimiento y liderazgo e inteligencia emocional y está basada en múltiples artículos académicos, así como en el libro How to Change: The Science of Getting from Where You Are to Where You Want to Be de la profesora de economía Katy Milkman.
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Ahora sí, a lo que vinimos:
En Crecimiento Consciente creemos que el camino hacia una vida plena pasa en buena medida por nuestra mentalidad y nuestras actitudes hacia las diferentes oportunidades y desafíos que se nos presentan. Si no creyéramos en que tenemos agencia y posibilidad de cambio, no tendría mucho sentido este espacio.
Sin embargo, debo admitir que, a nivel fenomenológico, hay buena parte de mi personalidad cientificista que me lleva a tener una perspectiva materialista respecto de nuestro actuar. Como suelo comentarlo en reiteradas ocasiones con Daniel, no podemos ser ciegos ante nuestra carga genética, ante la inercia que más de 200 mil años de especie (siendo conservadores) le ha dado a nuestro cerebro. En otras palabras, tenemos que reconocer, con humildad, que una buena parte de nuestras decisiones, de nuestro actuar, está mediada por nuestros instintos.
Y sobre esto mismo, desde los albores de la profesión, los economistas han teorizado bastante. El padre del denominado enfoque utilitarista del bienestar humano, Jeremy Bentham, iniciaba contundentemente su obra seminal con la aseveración de que el ser humano es guiado por dos "maestros": el placer y el dolor.
Siguiendo esta línea, cada una de nuestras acciones (o al menos la mayoría) está determinada por una serie de cálculos de costo (dolor, en su forma más primitiva) y beneficio (léase placer); algunos más sofisticados y otros más elementales.
Sobre estos preceptos se erigiría buena parte de la profesión económica en los dos siglos que sucederían a los postulados de Bentham: la toma de decisiones de individuos y colectivos sería modelada partiendo del supuesto de que estos están constantemente buscando maximizar su utilidad (placer menos dolor, si se quiere) sujeto a una serie de restricciones.
Y si bien desde mediados del siglo pasado varias escuelas de pensamiento cuestionarían seriamente este entendido, y se harían ajustes al marco teórico en concordancia con esas críticas, lo cierto es que como punto de partida de la profesión, al menos en Occidente, el consenso sigue siendo el del individuo maximizador de su utilidad; el de ese ser preso, consciente o inconscientemente, de su deseo de placer y de su rechazo al dolor. Y, hay que decirlo, buena parte de las otras ciencias sociales, arrancando por la psicología, dan crédito a esta teoría.
Por mi parte, con todo y mi gran pasión por la economía, y mi comunión con buena porción de los postulados teóricos de esta corriente de pensamiento, soy de los que cree que, cada vez más, en parte gracias a este mayor entendimiento de nuestra fisiología, de nuestras posibilidades y limitaciones, es mucha más la agencia que tenemos respecto de nuestro actuar... de nuevo, es, en buena medida, la razón de ser de Crecimiento Consciente.
Pero eso es tema para otra entrada.
En esta quiero apelar a esos instintos ulteriores que parecieran validar la psicología y la economía del comportamiento para utilizarlos a nuestro favor en situaciones adversas. En este caso, apalancarnos de ellos para vencer un vicio que, si son como yo, seguramente se han cruzado alguna vez: la procrastinación… y, más aún, para ser más efectivos en alcanzar nuestras metas, aún cuando estamos faltos de motivación.
La Ley de Skinner
La psicología/economía del comportamiento, desarrollada hacia inicios de la segunda mitad del siglo pasado, nos daría los primeros visos, desde una perspectiva más “científica”, sobre cómo utilizar nuestra naturaleza hedonista en beneficio de nuestros propósitos más “racionales”, como cumplir con una entrega en la universidad o en el trabajo.
La Ley de Skinner básicamente establece que cuando estamos procrastinando o nos cuesta trabajo iniciar o completar una tarea, tenemos dos opciones: (i) hacemos que el dolor de no hacerla sea mayor que el dolor de hacerla, o (ii) hacemos que el placer de hacerla sea mayor que el placer de no hacerla.
Si partimos de la premisa de que “sólo” tenemos dos grandes motivadores, podemos utilizar nuestras facultades racionales superiores para usar ese hecho a nuestro favor. Y es que esta ley lleva el nombre de Burrhus Skinner, el conductista estadounidense que desarrolló la idea del “condicionamiento operante” a partir de sus experimentos con ratas y palomas, según la cual los seres humanos, al igual que las ratas, pueden ser condicionados a comportarse de cierta manera cuando se les dan los incentivos correctos de dolor-placer.
La clave pasa, entonces, por establecer recompensas placenteras o castigos dolorosos por hacer (o no hacer) una tarea determinada. Y, para ello, en esencia, hay dos maneras de motivarse: intrínseca o extrínsecamente.
La motivación intrínseca es cuando queremos hacer algo por un impulso o deseo inherente como, por ejemplo, tener ganas de comer una hamburguesa (de lo que soy víctima más veces de las que me gustaría). La motivación extrínseca, por su parte, es cuando hacemos algo para obtener un beneficio o recompensa adicional (o para evitar un castigo), como optar por no comerse la hamburguesa buscando estar “en forma” para las vacaciones en la playa.
Así, la efectividad de la Ley de Skinner radica en convertir nuestros motivadores intrínsecos más poderosos (placer y dolor) en un motivador extrínseco para alcanzar nuestras metas.
Este tipo de técnicas se conocen como mecanismos de compromiso en la literatura de psicología del comportamiento.
Y estos mecanismos pueden ser increíblemente poderosos. Por ejemplo, un estudio sobre la cesación del tabaquismo demostró que, cuando se combinaban los productos estándar para dejar de fumar con un mecanismo de compromiso económico, las tasas de cesación aumentaban. En concreto, cuando a los participantes del experimento se les dijo que perderían dinero si fallaban una prueba de orina de nicotina en seis meses su tasa de cesación fue un 30% más alta que la del grupo que no fue expuesto a este mecanismo.
¿Cómo construir un mecanismo de compromiso efectivo?
La pregunta entonces es: ¿es mejor prometerse placer o amenazar con dolor?
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