El derecho a la desconexión
Por una vida más presente, enmarcada en relaciones interpersonales profundas, auténticas y duraderas
Crecimiento en breve:
La presión constante de estar siempre disponibles digitalmente afecta negativamente nuestra salud mental y relaciones personales, volviendo la comunicación una obligación más que un acto de interés genuino.
El derecho a la desconexión digital es esencial para restablecer un equilibrio saludable, permitiendo la presencia plena en el momento y una conexión auténtica, con nosotros mismos y quienes nos rodean.
No siempre estar disponibles ni responder de inmediato no significa estar menos comprometidos o interesados; es un mecanismo legítimo para cuidar de nuestra energía, salud mental y relaciones, que fomenta una comunicación más reflexiva, profunda y significativa.
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Esta entrada hace parte de nuestras series sobre inteligencia emocional y emprendimiento y liderazgo y está basada en diversos artículos académicos, así como en múltiples publicaciones de los profesores Arthur Brooks y Jonathan Haidt.
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Ahora sí, a lo que vinimos:
Desde hace algunos meses he estado trabajando en una estrategia en dos frentes: ser más diligente en la atención de mi WhatsApp de lunes a viernes, pero estar menos disponible digitalmente los fines de semana.
En cuanto al primer frente, mi motivación es poder atender oportunamente a las necesidades que surjan en mis actividades laborales, personales o sociales. Respecto al segundo, mi objetivo es darme la oportunidad de estar plenamente presente —aunque sea sólo por dos días— para mí mismo y para quienes me rodean físicamente, ya sean personas o, incluso, animales. También me he propuesto no estar pendiente del celular durante los encuentros sociales, sin importar su naturaleza; no sólo por una cuestión de respeto hacia mis interlocutores, sino también por eficiencia cognitiva y emocional, pues al intentar estar disponible para todos a la vez, termino no estando realmente para nadie.
En esta era digital, la conectividad permanente ha sido aclamada como una de las grandes ventajas de la tecnología moderna. La posibilidad de estar “disponibles” las 24 horas del día, los 7 días de la semana, nos ha otorgado una libertad sin precedentes para trabajar, relacionarnos y comunicarnos sin restricciones de tiempo o espacio. Sin embargo, esta libertad tiene un costo que pocas veces se menciona: la presión de estar siempre conectados y “disponibles”.
Esta expectativa se ha convertido en una carga invisible, pero cada vez más pesada, que afecta nuestra salud mental y nuestras relaciones personales. En efecto, ya hay metaanálisis de miles de estudios que han encontrado una asociación positiva entre nuestra actividad en redes sociales y la incidencia de trastornos de ansiedad, estrés crónico y depresión.
Nos encontramos atrapados en un ciclo de presión y culpa: sentir la necesidad de responder, fallar en hacerlo a tiempo, y luego disculparnos por ello. Esta dinámica, que parece inofensiva, tiene un impacto significativo en nuestro bienestar, alimentando constantemente la sensación de inadecuación. Sentimos que fallamos a los demás al no ser lo suficientemente "rápidos", "atentos" o “interesados”.
Lo que ocurre con la generación Z es particularmente ilustrativo. Los datos muestran que el 48% de los adultos jóvenes de esta generación están "casi constantemente" en línea. Las notificaciones, mensajes, correos y "me gusta" en redes sociales se han convertido en un flujo incesante de estímulos que alimenta esta presión.
La disponibilidad permanente parece haberse transformado en una especie de deber del ciudadano moderno. Pero, como con todo deber, ¿no deberíamos también tener el correspondiente derecho a desconectarnos?
Esa es la lucha que he intentado emprender de manera privada con mi estrategia dual y, justamente, el propósito de esta entrada es construir el caso a favor de este "derecho".
La hiperconectividad y sus efectos en nuestras relaciones
La expectativa de disponibilidad inmediata no sólo afecta nuestra paz mental, sino también la calidad de nuestras relaciones. El estar siempre conectados ha transformado nuestras interacciones en algo superficial y apresurado. Las plataformas de mensajería nos han impuesto un sentido de urgencia constante, en el que un mensaje no respondido puede percibirse como un signo de descortesía o desinterés. Los indicadores de "última conexión" o "visto" sólo alimentan la ansiedad social, fomentando inseguridades y comparaciones innecesarias.
Quizás soy muy joven para dar testimonio de primera mano de esto, pero en el pasado, cuando las comunicaciones eran por carta o incluso por teléfono fijo, había una asunción implícita de tiempo. Se sabía que la otra persona respondería cuando pudiera, y esa espera era parte natural de la interacción. Sin embargo, hoy en día se espera una respuesta casi instantánea, y la ausencia de esta puede generar malentendidos y tensiones. La hiperconectividad ha transformado la naturaleza misma de nuestras relaciones, donde la calidad de la comunicación ha sido reemplazada por la cantidad de interacciones.
En lugar de compartir momentos significativos, nos hemos habituado a mantener una conversación interminable, una cadena de interacción constante que, lejos de unirnos más, está erosionando la profundidad de nuestras relaciones.
Sobre esto, un fenómeno social interesante es la denominada paradoja de la disponibilidad: cuando estamos siempre disponibles para todos, nos estamos robando a nosotros mismos la posibilidad de estar completamente presentes en el mundo físico.
Sacar el teléfono mientras estamos con amigos o familiares es una señal clara: el último mensaje es más importante que la persona que está frente a nosotros. Esta constante dualidad de querer estar presente en el momento, pero al mismo tiempo sentir la obligación de contestar digitalmente, nos deja atrapados en un estado permanente de ansiedad, culpa, insatisfacción e, irónicamente, desconexión.
No es casualidad que muchas personas se sientan más solas ahora, a pesar de estar más "conectadas" que nunca.
La importancia de la desconexión: un derecho fundamental
En este contexto, el derecho a la desconexión digital debería ser inscrito, así sea tácitamente, en el paradigma de nuestra vida moderna. Y me atrevería a decir que va más allá de apagar el teléfono o desconectarse de las redes sociales de vez en cuando: pasa por reconocer la importancia de establecer límites claros que nos permitan recuperar nuestro tiempo, nuestra paz mental y cultivar nuestras relaciones.
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