¿Por qué amamos la música?
Una perspectiva científica del impacto de la música en nuestra vida
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En este bonus exploraremos la fascinante relación entre la música, nuestro cuerpo y nuestra mente. Descubriremos cómo la música nos mueve, por qué nos genera placer y qué efectos tiene en nuestro cerebro y a nivel psicológico. Esta entrada está basada en los artículos de Zatorre, Levitin et al. y Zhang et al.
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Ahora sí, a lo que vinimos:
El 30 de agosto, Zedd, mi artista favorito, finalmente lanzará su nuevo álbum "Telos". Llevo más de 10 años esperando este momento, y la emoción que siento me ha llevado a una profunda reflexión: ¿de dónde nace esta pasión por la música? ¿Qué es lo que nos hace vibrar al ritmo de los sonidos, mover nuestro cuerpo y sentir una conexión tan profunda con melodías y armonías? Esta pregunta, que me ha acompañado durante años, se vuelve aún más relevante al pensar en la experiencia universal e histórica de la música. ¿De dónde se origina este gusto, no sólo en mí, sino en la humanidad entera?
Después de mucho investigar en búsqueda de una respuesta a esta pregunta, creo que la mejor forma de empezar es desde lo más tangible: el movimiento físico que la música provoca en nosotros. Luego, exploraremos las reacciones de nuestro cerebro, específicamente el rol que juegan los circuitos de placer que se activan con cada nota. Finalmente, buscaremos respuestas en nuestra historia evolutiva, en la psicología de la música, en la profunda conexión social que ésta genera y en su potencial para mejorar nuestra salud y bienestar.
El cuerpo en movimiento
La música nos invita a movernos. Desde seguir el ritmo con el pie hasta bailar en un concierto, nuestro cuerpo responde a la música de forma natural. En el artículo "La psicología de la música: ritmo y movimiento" de Levitin, Grahn y London (2018) se habla de este fenómeno como "entrainment" (algo así como arrastre, en español), una sincronización innata entre nuestro cuerpo y el ritmo musical. Esta respuesta no es exclusiva de los humanos, incluso algunas aves pueden sincronizar sus movimientos con la música.
Pero la conexión va más allá del baile. Al escuchar música, nuestro cerebro activa diversas áreas motoras, preparándonos para la acción, como si la música nos pusiera en un estado de alerta, listos para responder a su llamado. En concreto, activa:
Cerebelo: implicado en la coordinación y sincronización de movimientos.
Área motora suplementaria (SMA): participa en la planificación y secuenciación de movimientos complejos, especialmente aquellos que son autoiniciados.
Corteza premotora (PMC): se encarga de la preparación y ejecución de movimientos, integrando información sensorial y motora.
Putamen: parte de los ganglios basales, involucrado en el control motor y el aprendizaje de secuencias motoras.
Estas áreas trabajan en conjunto para procesar el ritmo y la métrica de la música, y para generar respuestas motoras como el baile, el tapping con el pie o la ejecución de un instrumento musical.
Además, la música agudiza nuestra percepción del ritmo y la precisión temporal. Podemos detectar sutiles variaciones en la duración de los sonidos, lo que nos permite apreciar su riqueza y complejidad.
Esta conexión entre música y movimiento se observa incluso en bebés, quienes reaccionan con movimientos rítmicos a la música desde temprana edad. De hecho, hay investigadores que sugieren que estas experiencias tempranas podrían ser cruciales para moldear nuestra percepción musical a lo largo de la vida.
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