La epidemia de soledad y el uso de los dispositivos electrónicos
Cómo el uso excesivo de la tecnología digital está contribuyendo a la sensación de soledad que muchos están atravesando y qué podemos hacer para enfrentarlo
Crecimiento en breve:
El uso excesivo de dispositivos electrónicos puede contribuir a la sensación de soledad, especialmente cuando se reemplazan las relaciones sustanciosas cara a cara por interacciones digitales superficiales y transaccionales.
Compararse constantemente en redes sociales es una fuente de angustia y aislamiento, ya que fomenta una percepción distorsionada de la vida propia frente a los demás y alimenta sentimientos de insuficiencia y desconexión.
Las comunicaciones por mensajería de texto y el hábito de consumir contenido de manera compulsiva pueden actuar como barreras al contacto, afectando nuestra capacidad de conexión profunda y, con ello, incrementando la percepción de soledad.
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Esta entrada hace parte de nuestra serie sobre inteligencia emocional y está basada en diversos artículos académicos, así como en una columna de opinión de Tish Harrison y un reporte periodístico de Brian Chen.
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Ahora sí, a lo que vinimos:
Como la gran mayoría, en mis casi quince años de presencia en las redes sociales, de inmersión en el mundo digital, he tenido mis altos y mis bajos. He bordeado la adicción con el contenido de algunas de estas, como lo fue en el caso de Facebook o Instagram en sus inicios, pero también he tenido períodos de profunda apatía por estos medios y, con estos ciclos, han venido las sensaciones de ansiedad social, de depresión y, en algunas ocasiones, de soledad.
Esas sensaciones de alienación en momentos puntuales de mi vida fueron las que, entre otras, me llevaron a cada vez dedicar menos tiempo a las diferentes aplicaciones digitales, como de mensajería instantánea y redes sociales. Hoy sólo hago uso ocasional de X —antes Twitter— y WhatsApp. Llevo más de tres años sin Instagram y hoy es el día en que no he abierto una cuenta de TikTok.
Lo cierto es que los adalides de esta revolución de la información y las comunicaciones nos prometieron que la tecnología nos ofrecería conexiones más profundas, que las redes sociales acortarían distancias y que la soledad sería cosa del pasado. Pero la realidad se ha mostrado más bien reticente a cumplir esta promesa.
A medida que el mundo digital ha capturado más nuestra atención y tiempo, el mundo material —ese para el que cientos de miles de años de evolución nos ha preparado— se ha tornado más difuso y lejano. Y a pesar de que este nuevo paradigma es relativamente reciente, la evidencia parece apuntar a que sus consecuencias sobre nuestra salud emocional son profundas.
En efecto, en un artículo para el New York Times hace un par de años, el periodista Matt Richtel exploró el estado de la salud mental de los adolescentes, encontrando que, a pesar del auge en el uso de Internet, los jóvenes de todo el mundo reportan sentirse cada vez más solos.
Lo más preocupante es que este fenómeno no se limita a los adolescentes, sino que se ha extendido a gran parte de la población adulta: uno de cada dos adultos dice experimentar soledad.
La situación es tan crítica que llevó al cirujano general de los Estados Unidos, Dr. Vivek Murthy, a declarar la soledad como una epidemia a mediados del año pasado.
Desde entonces, académicos y psicólogos han acelerado sus investigaciones sobre el rol de los dispositivos electrónicos en este fenómeno. Y aunque no existe evidencia concluyente de que la tecnología por sí sola cause la soledad, hay una fuerte correlación: quienes reportan sentirse más solos suelen ser aquellos que utilizan la tecnología de manera menos saludable.
Como veremos en lo que resta de esta entrada, la evidencia científica disponible —maravillosamente explorada y decantada por el periodista Brian Cheng— apunta a tres patrones detrás de esta correlación: (i) la tendencia a compararse con otros en redes sociales; (ii) el uso excesivo de mensajes de texto en lugar de interacciones más personales; y (iii) la inclinación a consumir contenidos de manera adictiva, como el streaming continuo de videos —de YouTube, series o películas en Netflix, etc.—, que suele mantener a las personas aisladas. Veamos.
El peligro de las comparaciones en redes sociales
Una de las investigaciones más amplias sobre la relación entre el uso de dispositivos electrónicos y la soledad hasta la fecha consistió en una revisión de 30 estudios publicados durante la pandemia, los cuales exploraban el uso de la tecnología digital y su impacto en la salud mental de los adolescentes.
La mayoría de estos estudios encontraron que el uso de redes sociales estaba estrechamente vinculado a la soledad, particularmente cuando promovían comparaciones desfavorables de uno mismo con los demás.
La comparación social no es un fenómeno nuevo. Los seres humanos siempre hemos comparado nuestras vidas con las de los demás, ya sea en términos de logros, apariencia o relaciones. Sin embargo, las redes sociales amplifican este comportamiento, haciéndolo más frecuente e inevitable. En lugar de compararnos con otras personas reales, nos comparamos con versiones editadas y cuidadosamente curadas de sus vidas, lo cual refuerza una falsa sensación de indignidad y no pertenencia y, consigo, nos mueve hacia el aislamiento autoinflingido.
Un estudio conducido por la profesora Chia-chen Yang, de la Universidad Estatal de Oklahoma, demostró que las interacciones más dañinas son aquellas que evocan envidia, particularmente al observar a otros ser más populares, más felices o más exitosos que nosotros.
Ahora, sin perjuicio de lo anterior, es importante notar que las comparaciones no siempre son perjudiciales. En contextos académicos y laborales, compararse con y, mejor aún, rodearse de personas de alto rendimiento puede motivarnos a mejorar. La clave, según la Dra. Yang, radica en cómo interpretamos estas comparaciones. Si logramos ver a los otros como fuentes de inspiración, podemos transformar estas comparaciones en algo positivo para nuestro bienestar.
El problema con la mensajería de texto
La mensajería de texto ha reemplazado a las llamadas telefónicas y el encuentro físico como el método de comunicación más utilizado. Aunque enviar un mensaje resulta conveniente y cómodo, también puede constituir una barrera para la conexión auténtica. La mayoría de los adolescentes se comunican principalmente a través de mensajes de texto, y aunque muchos reportan sentirse conectados cuando están "en la misma onda" de sus amigos, otros señalan que ciertas interacciones —como un tiempo de respuesta prolongado— les generan ansiedad y sensación de soledad. Apenas un 2% hace uso de videollamadas.