Crecimiento en breve:
Nuestro entorno social define nuestro crecimiento personal y profesional, ya sea a través de amigos, colegas o creadores de contenido que seguimos.
La mediocridad tiene un poder de atracción fuerte: elegir cuidadosamente nuestras relaciones es clave para evitar caer en la complacencia y mantenernos alineados en nuestro propósito.
Nuestro tiempo es nuestro recurso más escaso y valioso, por lo que debemos ser selectivos al decidir en quiénes y en qué lo invertimos, ya que esto define nuestro presente y nuestro futuro bienestar.
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Esta entrada hace parte de nuestra serie sobre inteligencia emocional y está basada en diversos artículos académicos del profesor e investigador de la Universidad de Harvard, Raj Chetty.
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Ahora sí, a lo que vinimos:
Recientemente, en nuestro pilar de inteligencia emocional hemos puesto la lupa en el rol protagónico que la generosidad debería jugar en nuestras vidas. Primero, resaltamos cómo el cultivar una actitud generosa puede transformar tanto nuestro bienestar físico y emocional como el de quienes nos rodean, contribuyendo a crear una comunidad más empática y fraterna. Luego, exploramos la importancia de practicar la generosidad no sólo con nuestras acciones, sino también con nuestras palabras, reconociendo el profundo impacto que éstas tienen sobre los demás.
Hoy quiero que abordemos la generosidad desde otro ángulo o, mejor dicho, que analicemos una excepción a esa regla de ser generosos en todas las áreas de nuestra vida. Esa excepción se desprende de una frase que algunos atribuyen a C.S. Lewis:
“Sé generoso con todo, menos con tu tiempo”.
Aunque parezca contradictorio, creo que es una recomendación particularmente sabia, especialmente en un entorno digital en el que nuestro tiempo y atención se han convertido en recursos cada vez más escasos. Por ello, hoy quiero centrarme en esa excepción a la regla y por qué es tan importante cuidar con quiénes y en qué invertimos nuestro tiempo, pues, como reza el refrán: somos el promedio de las personas con las que pasamos el 80% de nuestro tiempo.
Antes de seguir, quiero recalcar que me siento profundamente afortunado del círculo social que he logrado consolidar en este punto de mi vida. Estoy rodeado de familiares, amigos y colegas que fomentan mi crecimiento personal y me permiten contribuir al suyo. Adicionalmente, creo haber consolidado una sólida red de creadores y/o divulgadores de contenido —desde científicos, economistas y analistas políticos, hasta comediantes y artistas— que refuerzan un enfoque de vida basado en la curiosidad, el aprendizaje y el crecimiento continuo.
Sin embargo, también soy plenamente consciente de lo fácil que es perder el rumbo y terminar dedicando el grueso de nuestro tiempo y atención a personas y contenido que no necesariamente nos ayudan a crecer, sino que simplemente demandan de nuestra atención y compañía, algunas —la mayoría— con fines eminentemente mercantiles, otras, casi que por defecto. Soy consciente de que, en un abrir y cerrar de ojos, nuestros espacios se pueden copar por relaciones y acciones tóxicas, que nos lastran en vez de impulsarnos.
El impacto del entorno en nuestro crecimiento
Mantener relaciones profundas y significativas no es fácil. Requiere de esfuerzo, paciencia y, en más instancias de las que desearíamos, atravesar momentos complejos que ponen a prueba nuestro compromiso.
Construir una relación de pareja genuina y enriquecedora, o amistades verdaderas que nos apoyen y nos reten, implica dedicación, constancia. De igual forma, rodearse de colegas que nos inspiren y nos desafíen a ser mejores profesionales requiere inversión en tiempo y energía. En cambio, es más fácil, más cómodo, sucumbir ante el prospecto de esas relaciones más superficiales —o tóxicas, si se quiere—, ya sea con una pareja que no nos comprende, un "amigo" que sólo nos busca para compartir un rato agradable, o incluso una figura vacía en redes sociales que sólo busca interacciones. Desde un punto de vista utilitarista, es lo menos costoso en el corto plazo, pero, ¿a cambio de qué en el largo plazo?
Para dimensionarlo, Raj Chetty, uno de los economistas más influyentes de la última década, ha demostrado en sus estudios que el factor más determinante para la movilidad social, más incluso que el nivel de escolaridad o de apoyo financiero, es tener amigos “exitosos”. Rodearnos de personas que han alcanzado el éxito —en el ámbito que sea— normaliza nuestras propias expectativas y redefine lo que creemos posible para nosotros.
Este fenómeno es uno de los principales motores detrás de los "clústeres" de productividad, como San Francisco en el ámbito tecnológico: el simple hecho de vivir rodeado de personas ambiciosas y talentosas genera un entorno en el que la excelencia se convierte en la norma. La calidad del entorno influye directamente en la calidad de nuestros resultados.
Y no se trata únicamente de rodearnos de gente "exitosa" desde una perspectiva económica. Se trata de estar cerca de personas que nos inspiran, que nos impulsan a crecer y que nos desafían constantemente a ser mejores versiones de nosotros mismos. Amigos que nos permitan acercarnos a nuestra esencia, ser nosotros mismos sin temor, colegas que eleven nuestros estándares profesionales, compañeros deportivos que nos hagan dar ese punto de más en cada entrenamiento. Ese entorno que construimos para nosotros mismos define nuestra trayectoria personal y profesional de una manera más profunda de lo que solemos admitir.
El poder de la mediocridad y la importancia de ser conscientes
Lo que a menudo subestimamos es la fuerza que tienen la mediocridad y el conformismo para arrastrarnos hacia abajo. La mediocridad, en cualquiera de sus formas, tiene un poder de atracción mayor que el de la excelencia y el crecimiento. Y es un error común pensar que podemos mantenernos al margen de esa influencia. Rodearnos de personas sin ambiciones, sin ganas de crecer o aprender, y dedicar nuestro tiempo a consumir contenido vacío y superficial nos lleva, sin darnos cuenta, a convertirnos en el promedio de ese entorno.
Como decía Aristóteles, somos lo que hacemos repetidamente, y, por ende, nuestras acciones —y con quién las compartimos— nos definen.
Este principio no sólo aplica a las relaciones físicas y tangibles, sino también, ahora más que nunca, a nuestro entorno digital. En la era de la hiperconectividad, es crucial que tengamos claro que las personas que seguimos, los creadores de contenido a los que dedicamos nuestro tiempo y los mensajes que consumimos a diario también forman parte de ese "promedio" del que nos convertimos.
Es muy fácil caer en la trampa de la complacencia, de consumir contenido que sólo nos proporciona gratificación instantánea, pero que no aporta nada a nuestro crecimiento personal o, peor aún, que nos desvía de ese camino... que nos otorga algo de indulgencia en el momento a expensas de una parte de nuestro proyecto de vida. No olvidemos el poderoso efecto de la composición de las pequeñas acciones en el tiempo.
La Ley de Parkinson y el valor de nuestras relaciones
La Ley de Parkinson dicta que "el trabajo se expande para llenar el tiempo disponible para su finalización". Creo que una variación de esta ley también aplica a nuestras relaciones: la calidad de nuestras conexiones tiende a expandirse o a contraerse en función del tiempo que decidimos dedicarles y del tipo de personas a quienes dedicamos nuestra atención. Si no somos intencionales con nuestro tiempo, terminaremos llenándolo con relaciones y actividades que en nada positivo nos aportan.
Esto me lleva a la reflexión más importante: el tiempo es nuestro recurso más escaso y, por ende, valioso, por lo que debemos ser extremadamente selectivos con cómo y con quién decidimos invertirlo… o gastarlo.
Rodearnos de personas que nos inspiran y que nos retan es una inversión en nuestro bienestar futuro. Debemos construir un círculo de relaciones que nos ayude a ser la mejor versión de nosotros mismos y a propender por un crecimiento constante. Y, de nuevo, esto aplica tanto para nuestras amistades, como para nuestros colegas, parejas y para los creadores de contenido a los que concedemos —a veces demasiado generosamente— nuestra atención en medios digitales.
Epílogo: Por un entorno más consciente
Como seres humanos, todos tenemos la capacidad de definir, con intención y criterio, el tipo de personas que dejamos influir en nuestras vidas. Esta decisión no sólo se limita a nuestros círculos de amigos, familiares y colegas, sino también a la elección de las voces que permitimos resonar en nuestra mente: aquellos que seguimos en redes sociales, los autores que leemos, los creadores de contenido que consumimos. Nuestro tiempo es nuestro activo más valioso.
Seamos generosos con todo, menos con nuestro tiempo, como decía C.S. Lewis, porque al final del día, lo que decidimos hacer con nuestro tiempo determinará, en gran medida, quiénes somos y quiénes seremos, pero, más importante aún, qué tan satisfechos nos sentiremos al respecto.
Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.
Un abrazo,
Carlos