Por qué los números suelen ser malos guías
No estamos programados para derivar satisfacción, tranquilidad y plenitud de alcanzarlos
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La entrada:
Esta es una suerte de corolario a nuestra primera entrada del año, en donde explorábamos por qué importa más dirigir nuestra atención hacia construir sistemas y procesos robustos que nos ayuden a alcanzar nuestras metas, que hacia las metas en sí mismas.
Dicho esto, supongo que lo siguiente en la lista es intentar explicar la aparente contradicción entre el título de la entrada y la obsesión que hemos destilado en este espacio por recurrir a los números, al dato, a la evidencia para sustentar nuestras posiciones y visiones en diferentes ámbitos de la vida —para no ir tan lejos, en la entrada de hace ocho días decía que “pocas cosas son más contundentes que un buen dato”.
Pues bien, creo que la clave para zanjar esta posible inconsistencia pasa por aclarar que los números pueden ser increíblemente valiosos para construir nuestros argumentos e, incluso, como lo señalaba hace ocho días, para ayudarnos a planificar y establecer un marco de referencia. Sin embargo, como lo intentaré argumentar en esta entrada, no necesariamente son tan útiles para guiar nuestro destino y progreso e, incluso, en ocasiones pueden ser (muy) contraproducentes.
Los números: un invento muy reciente
Aunque en nuestro mundo moderno los números son ubicuos, lo cierto es que en el gran esquema de nuestro tiempo como especie en la Tierra son relativamente novedosos. Los registros más antiguos de sistemas numéricos datan a hace unos 6000 años A.C. en la Antigua Mesopotamia.
En otras palabras, nuestro cerebro y nuestros genes de homo sapiens han lidiado con números, en el mejor de los casos, durante el ~3% de su existencia.
Más aún, su uso durante buena parte de estos ocho milenios no fue ni generalizado ni sofisticado, como lo es hoy día. Ese alcance e importancia no tiene más de tres siglos de antigüedad.
Y no es casualidad que este relativamente flamante invento (o descubrimiento, según qué tan platónicos se consideren) haya coincidido con una senda de progreso exponencial para nuestra especie. Sin los números sería imposible explicar, o siquiera imaginar, el nivel de desarrollo y bienestar que hemos alcanzado en estos ocho mil años.
Desde la contabilidad, que facilitó la organización social y los procesos de urbanización y planificación, pasando por la aritmética, la geometría y la física básica que sirvieron de pilares para la arquitectura, la ingeniería y la navegación, hasta llegar al cálculo diferencial, la mecánica cuántica y la inteligencia artificial que soportan nuestro estilo de vida moderno, todos estos desplazamientos de la frontera del conocimiento pasaron, en mayor o menor medida, por el uso de números.
El problema con los números
Los innumerables logros que vinieron de la mano de la adopción y generalización de los números no están exentos de costos. A nivel individual, justamente por ser relativamente novedosos para nuestro sistema nervioso, no estamos equipados para lidiar con ellos de una manera sana en algunas dimensiones de la vida, como bien lo explica Michael Easter en su muy recomendado libro Scarcity Brain.
Los números son un poderoso atajo mental para alcanzar lo que nuestro cerebro cree que será un hito valioso en alguna de nuestras dos grandes funciones biológicas: sobrevivir y reproducirnos. Para nuestro sistema de búsqueda y recompensa es menos costoso energéticamente buscar alcanzar un número puntual, relacionado con alguno de los dos objetivos biológicos, que diseñar complejos, pero más completos, planes en su lugar.
Ahí radica el quid: los números apelan muy bien a nuestro sistema dopaminérgico. Es decir, alcanzar ese número mágico, llámese salario, peso corporal, cantidad de “me gusta” en la última publicación, ranking en un videojuego o deporte, en fin, es sucedido por la liberación de dopamina en nuestro cerebro, esa hormona de la euforia que estrechamente ligada a los comportamientos adictivos.
Pero como lo hemos señalado en otras entradas sobre adicciones, la dopamina no es particularmente efectiva para cultivar sentimientos de satisfacción, tranquilidad y felicidad, que están más atados a la liberación sostenida de serotonina. La dopamina es más un poderoso motor de resultados en el corto plazo.
Y es por ello que cuando alcanzamos ese salario que tanto hemos anhelado, o esa composición corporal “ideal”, o ese tiempo en la competencia para la que hemos entrenado durante años, la sensación de euforia dura un momento breve y, luego, si no está lo demás, si no está el amor por el proceso y por el crecimiento continuo, retorna el vacío… la sensación de que algo nos falta.
Como señalaba hace ocho días: las metas sirven para ganar el juego, los sistemas para seguir jugándolo.
A un nivel más profundo, como desarrolla Easter en su libro, al usar un sistema numérico para determinar el éxito o fracaso de una actividad, damos lugar al denominado fenómeno de “captura de valor”: nos obsesionamos con el número, persiguiéndolo a como dé lugar, en detrimento del conjunto de experiencias que subyacen a la actividad. Lo primero es fuente de dopamina, lo segundo de serotonina.
¿A cuántos no nos ha pasado que fijamos toda nuestra atención en alcanzar la meta, ese número específico, llámese ventas del mes, mayor marcador en el partido, menor tiempo en la prueba o mayor puntuación en el examen, dejando de estar presentes en toda esa colección de momentos valiosos que preceden al resultado? Esos que, en últimas, son lo que nos llenan —como dicen por ahí, al final la vida no es más que un compendio de momentos memorables.
Un par de casos de estudio muy interesantes: la NBA y los relojes inteligentes
Para ilustrar el punto anterior, quiero compartir con ustedes, primero, el caso del declive en la audiencia de la NBA (baloncesto en Estados Unidos), estudiado rigurosamente por Bill Simmons.
Para hacer la historia larga corta, hacia mediados de los 2000, los equipos de baloncesto profesional empezaron a ajustar sus tácticas de juego para maximizar el marcador, sí, el número de puntos que anotaban en cada partido. Y, tras probar diferentes estrategias, llegaron a la conclusión generalizada de que volcar su juego hacia la consecución de cestas de tres puntos era el camino más óptimo para tal fin.
La consecuencia inmediata fue que el número de intentos de tiros de tres puntos y, en efecto, la magnitud de los marcadores al final de cada partido incrementaron dramáticamente: de 6 intentos en promedio por partido en 1990 se llegó a superar los 35 en la temporada 2022-2023.

El problema mediato, que los entrenadores y dirigentes de la asociación no veían venir, fue que de la mano de ese aumento en el marcador vino el declive en la audiencia del deporte. ¿Por qué?
Aquí ya entramos en el campo de la especulación, pero expertos que han estudiado el tema, como el mencionado Bill Simmons, aducen que esa predilección por los tiros de tres puntos ha hecho del baloncesto un deporte menos entretenido —como fanático y jugador recreativo desde el colegio, me suscribo a esta teoría.
En otras palabras, el énfasis en los números, creyendo que son un fiel reflejo del objetivo subyacente, llevó a la NBA a perder de vista la esencia de lo que buscan sus espectadores: el entretenimiento.
(Para los que se preguntan, algunas de las soluciones a este problema pasan por eliminar la posibilidad de hacer tiros de tres puntos en las esquinas—el sitio predilecto por los “tiradores” de larga distancia—y limitar el número de canastas de tres puntos por partido.)
El segundo caso, aunque más reciente y menos estudiado, es el de los relojes inteligentes y los denominados marcadores de calidad del sueño.
A pesar de que es una métrica que, como decimos en Colombia, no está terminada de inventar, pues exhibe enorme volatilidad entre dispositivos y entre algoritmos de medición, muchos usuarios de estos aparatos han recurrido a ella para “optimizar” su ciclo de sueño, dirigiendo el grueso de su atención a, una vez más, el número.
¿La consecuencia no deseada? Está ganando tracción un desorden del sueño conocido como ortosomnia, en donde la fijación por dormir bien, según lo recoge el número del reloj inteligente, termina induciendo ansiedad y estrés e, irónicamente, un mal sueño.
Epílogo: El lugar para los números
Tiene mucho de verdad la frase, a veces atribuida a Peter Drucker, de que “lo que no se puede medir, no se puede mejorar”, o el adagio popular que reza “dato mata relato”. Por favor, no crean que esta es una apología del relativismo y de descartar el uso de los números en nuestra cotidianidad. Nada más lejano de la filosofía de Crecimiento Consciente.
El mensaje central de esta entrada, la invitación, es a que sean más conscientes de esos ámbitos de su vida en donde tener los números como guía puede estar nublando la verdadera esencia de la actividad; puede estar distrayéndolos de lo que verdaderamente les dará satisfacción, tranquilidad y crecimiento.
¿Están seguros de que lo que necesitan para ser felices es alcanzar ese número en la cuenta bancaria, ese promedio ponderado en la carrera de la universidad o ese tiempo en la media maratón?
La biología evolutiva y la evidencia empírica tienen un caso muy sólido para llevarnos a creer que la respuesta a estas preguntas muy probablemente sea negativa. Sólo los invito a reflexionar al respecto.
Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.
Un abrazo,
Carlos
*Esta entrada hace parte de nuestros pilares sobre inteligencia emocional y emprendimiento y liderazgo y está basada en múltiples artículos académicos, así como en entradas, podcasts y libros del autor Michael Easter.