La paradoja de la optimización
Cuando la búsqueda de la perfección se torna en un obstáculo para disfrutar del proceso, alcanzar nuestros objetivos y vivir plenamente
Crecimiento en breve:
La búsqueda incesante de la optimización en todas las áreas de la vida puede ser contraproducente, generando ansiedad, agotamiento y alejándonos del disfrute del proceso y de la vida.
Encontrar el equilibrio entre la optimización estratégica y la espontaneidad, permitiendo espacio para la incertidumbre, es esencial para una vida más plena y significativa.
Aprender a soltar el control, confiar en nuestra intuición y conectar con nuestras emociones, en lugar de depender únicamente de datos y métricas, es fundamental para el crecimiento consciente.
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Esta entrada hace parte de nuestras series sobre inteligencia emocional y deporte y rendimiento y está basada en mi experiencia personal, así como en múltiples artículos de Steve Magness y Gordo Byrn.
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Ahora sí, a lo que vinimos:
Como muchos de ustedes saben, soy de los que, al embarcarme en un nuevo proyecto, ya sea en el ámbito profesional, deportivo, académico o incluso personal, caigo en la trampa de la optimización constante. Me obsesiono con ajustar cada detalle, con exprimir hasta la última gota de rendimiento, en búsqueda de esas esquivas "ganancias marginales" que prometen llevarme a la cima del “éxito”. Sin embargo, con el tiempo he aprendido que esta búsqueda incesante de la perfección, de optimizar cada faceta de la vida, puede convertirse en un obstáculo para la tranquilidad, la felicidad y, paradójicamente, incluso para ese anhelado “éxito”.
Esta obsesión por la optimización no sólo se deriva de mi formación como economista, en donde la búsqueda de soluciones a problemas mediante el uso de la optimización es el mantra principal, sino también de mi denominada personalidad tipo A. Aquellos que, como yo, nos identificamos con este patrón de comportamiento, nos caracterizamos por nuestra persistencia, ambición y, especialmente, nuestra necesidad de control. Buscamos constantemente sobresalir, dominar cada variable y no dejar ninguna piedra sin voltear.
Y si bien esta mentalidad puede ser útil en ciertas circunstancias, en el largo plazo he descubierto, no sin cierta resistencia inicial, que concentrarme en el proceso, en disfrutar el camino en lugar de obsesionarme con el destino final, es mucho más satisfactorio, efectivo y, sobre todo, sostenible en el tiempo.
Y es bajo este entendido que en esta entrada quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre la trampa de la optimización constante e invitarlos a explorar las ventajas de abrazar el “caos” y la imperfección en ciertos ámbitos de la vida. A veces, dejar de buscar afanosamente y permitir que las cosas fluyan con naturalidad es la mejor estrategia para encontrar la paz interior, reconectar con nuestra esencia y, sorprendentemente, alcanzar nuestros objetivos con mayor facilidad.
Más allá de la búsqueda incesante: encontrando el equilibrio entre la optimización y la espontaneidad
Vivimos en un mundo saturado de información, de datos que miden cada paso que damos, de gurús que nos prometen la fórmula mágica para el éxito en todas sus formas. Se nos dice que debemos dormir ocho horas exactas, que la productividad se mide en minutos optimizados, que la felicidad se alcanza a través del consumo estratégico y que hasta la crianza de nuestros hijos debe estar guiada por un plan maestro infalible.
Y no me malinterpreten, por supuesto que hay instancias en donde poner la lupa sobre estos aspectos es importante (de hecho tenemos y seguiremos teniendo entradas dedicadas a ello).
Sin embargo, al enfocarnos únicamente en el resultado final, en alcanzar ese 1% de mejora marginal, corremos el riesgo de perder de vista el 99% restante: lo que verdaderamente importa. Nos convertimos en esclavos de la eficiencia, en autómatas programados para rendir, dejando de lado la esencia misma de lo que significa vivir una vida plena y significativa.
Como bien señala Steve Magness, la obsesión por las métricas, por cuantificar y analizar cada detalle de nuestra vida, puede generar ansiedad, agotamiento mental e incluso afectar negativamente nuestro rendimiento. Cuando permitimos que la tecnología, con sus datos y algoritmos, dicte cada paso que damos, perdemos la capacidad de conectar con nuestro cuerpo, de escuchar sus señales y, en general, de disfrutar la simple alegría de vivir en el presente (para los que se han visto la serie animada Rick y Morty, es como en el episodio en donde Morty tiene una piedra que le ayuda a predecir el futuro y que, por seguir sus predicciones al pie de la letra, lo lleva a ser infeliz en el presente y, cómo no, a fallar en sus metas de largo plazo).
Para los que nos siguen desde hace un tiempo, sabrán que uno de los principales propósitos de esta comunidad es el de compartir información y herramientas que nos ayuden a tener una vida longeva. Sin embargo, todo somos menos “biohackers”: esos obsesionados con optimizar hasta el aspecto más mínimo de su vida para prolongarla en días o incluso horas.
Nosotros creemos que, hasta que la ciencia demuestre lo contrario, el foco debe estar en los fundamentales: tener suficiente fuerza y capacidad cardiorespiratoria, comer y dormir adecuadamente y, sobre todo, cultivar relaciones interpersonales profundas y sólidas.
La cantidad de resveratrol o rapamicina consumida, de baños de agua helada a la semana, idas al sauna, suplementos vitamínicos y demás “hacks” de longevidad empleados son un aspecto muy secundario en ese propósito por lo que, hasta no haber resuelto el 99% que más mueve la aguja, no deberían ser merecedores de mayor desgaste o atención de nuestra parte.
Pero no es sólo en este campo en donde la obsesión por la optimización nos puede llevar a problemas. En el cine, por ejemplo, la búsqueda incesante de éxitos de taquilla ha llevado a una saturación de secuelas, remakes y adaptaciones, dejando poco espacio para la originalidad, la creatividad y la capacidad de sorprender al público con historias nuevas y arriesgadas. Se ha privilegiado el algoritmo, la fórmula preestablecida, por encima del riesgo, la innovación y la capacidad de conectar con las emociones humanas.
Lo mismo ocurre en las redes sociales, en donde la dictadura del “me gusta”, de los seguidores y las visualizaciones, puede llevar a la creación de contenido superfluo o artificial, vacío, diseñado para generar interacciones a expensas de la autenticidad y la profundidad. Nos convertimos en marcas, en productos, en lugar de personas que comparten sus experiencias, sus ideas y sus emociones de manera genuina. Los invito a preguntarse, ¿cuántas veces al día es un algoritmo en una red social el que dicta sus acciones, como gastan su tiempo?
El problema de la optimización en el deporte: cuando la búsqueda del rendimiento nos aleja de la esencia
En el deporte, la obsesión por la optimización puede ser especialmente contraproducente. Si bien es cierto que los atletas de élite se esfuerzan por mejorar cada detalle de su entrenamiento, desde la técnica hasta la nutrición, la diferencia entre el éxito sostenible y el fracaso a menudo radica en la capacidad de encontrar el equilibrio entre el esfuerzo y el descanso, entre la disciplina y la espontaneidad, entre los datos que desea la mente y esuchar lo el cuerpo nos trata de decir.
Cuando nos enfocamos únicamente en los números, en las métricas, en las ganancias marginales, corremos el riesgo de perder de vista la esencia misma del deporte: la pasión, el disfrute del movimiento, la conexión con nuestro cuerpo, la superación personal y la satisfacción de alcanzar nuestro máximo potencial, no como máquinas de rendimiento, sino como seres humanos integrales.
Es importante recordar que el cuerpo no es una máquina que pueda ser programada para funcionar a su máxima capacidad en todo momento. Necesita tiempo para recuperarse, para adaptarse a las cargas de entrenamiento, para fortalecerse y para prevenir lesiones. La obsesión por la optimización constante, por entrenar más duro y más frecuentemente, puede llevar al sobreentrenamiento, a un estado de fatiga crónica que afecta negativamente nuestro rendimiento, aumenta el riesgo de lesiones y puede incluso tener consecuencias negativas para nuestra salud a largo plazo… por no hablar del desgaste mental que considerar toda esta maraña de variables adicionales acarrea.
El valor de la espontaneidad
Entonces, ¿cómo encontrar el equilibrio entre la optimización y la espontaneidad en un mundo que nos empuja constantemente hacia la búsqueda de la perfección? La clave reside en reconocer que no todas las áreas de la vida requieren ser optimizadas hasta el último detalle, que la eficiencia no siempre es la mejor medida del éxito y que, a veces, perderse en el camino puede llevarnos a destinos inesperados y maravillosos.
En lugar de obsesionarnos con la productividad a toda costa, con convertirnos en máquinas de hacer cosas, permitámonos desconectarnos del trabajo o de la metas, explorar nuevos hobbies, pasar tiempo con nuestros seres queridos o simplemente disfrutar del ocio sin culpa. Recordemos que nuestro valor no se mide en la cantidad de tareas que tachamos de nuestra lista de pendientes, sino en la calidad de nuestras relaciones, en las experiencias que vivimos y en la huella que dejamos en el mundo.
En lugar de saturar la agenda de los más pequeños (para aquellos que tienen el privilegio de ser padres) con actividades extracurriculares, con la esperanza de convertirlos en pequeños genios multifacéticos, démosles espacio para el juego libre, para la exploración sin rumbo fijo, para el aburrimiento y la diversión. Es en esos momentos de aparente inactividad en donde la mente divaga y se conecta con la imaginación, donde florece la creatividad, la curiosidad y la capacidad de resolver problemas de manera independiente.
Por eso, la próxima vez que te sientas tentado a optimizar cada detalle de tu entrenamiento, de tu trabajo o de tu vida en general, recuerda que, a veces, la mejor estrategia es soltar el control, confiar en el proceso, escuchar a tu intuición y disfrutar del camino, con sus curvas, sus baches y sus paisajes inesperados. En la imperfección, en la espontaneidad y en la capacidad de adaptarnos a lo inesperado reside el verdadero sectreo del crecimiento personal, de la felicidad genuina y del éxito sostenible.
Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.
Un abrazo,
Carlos