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Transcripción

Este 2025 no te fijes propósitos. Haz esto en cambio.

Una estrategia sana, probada, significativa y sostenible para la mejora continua
Imagen elaborada con el modelo Dall-E de OpenAI.

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La entrada:

Antes que nada, como primera entrada del año, sea esta la ocasión para desearles un muy feliz 2025. Que este año esté lleno de grandes cosechas, pero, sobre todo, que siga siendo de mucho crecimiento (consciente), a nivel personal y colectivo. Desde este espacio, haremos nuestro mejor esfuerzo por seguirles compartiendo herramientas, consejos y reflexiones que aporten en esa causa; como es el caso de la entrada de hoy.

Como todo inicio de año, la tentación de proponerse grandes cambios, de alcanzar metas ambiciosas y tomar riesgos importantes está a flor de piel.

Y lo primero que les diría es que aprovechen ese momentum para actuar: que los cambios no se queden en el plan o la intención.

A manera de motivación, les dejo estas palabras del poeta y novelista Charles Bukowski sobre tomar agencia de nuestro destino y labrar nuestro camino:

“Estaba esperando que sucediera algo extraordinario, pero con el paso de los años nada ocurrió, a menos que yo lo provocara.”

Evitar los cantos de sirena

La segunda invitación es a no seguir esos cantos de sirena de los “gurús” que prometen cambios de vida radicales en 75 días, 54 días, un mes o incluso menos. Alcanzar la composición corporal deseada, ser independiente financieramente, conquistar a la pareja ideal… las promesas abundan en esta temporada.

Pero no los culpo si se sienten tentados por la melodía de estos flautistas de Hamelin. Yo he sucumbido a sus encantos en el pasado. Les comparto una breve anécdota.

Durante mi último año de universidad, tras haber ganado más de 12 kilos (casi un 20% respecto de mi peso inicial) de manera “desapercibida” (al menos para mí) durante el curso de mi carrera, decidí dar un giro de 180 grados a mi nutrición y mi nivel de actividad física, siguiendo la dieta que estaba de moda —que pasaba por comer cada dos horas no más de la comida que me cupiera en la palma de la mano, con énfasis en los frutos secos y los vegetales.

Logré mi objetivo, bajando casi 18 kilos en algo así como tres meses. Mis compañeros de clase no podían creer mi “cambio extremo” tras las vacaciones. Sin embargo, la flor no duró más de un semestre. Tras un viaje familiar a Estados Unidos, en donde volví a probar de las “mieles” de la comida chatarra, me descompuse por completo: poco pude hacer para detener la espiral negativa. Tan rápido como perdí mis kilos deseados, los volví a ganar.

Pasarían muchos años para que entendiera lo que verdaderamente garantiza la sostenibilidad de estos resultados en el tiempo. Para que cambiara el foco desde las metas puntuales (perder X cantidad de kilos, alcanzar Y % de grasa corporal, correr una maratón en menos de tres horas, ganar más de Z cantidad de dinero al mes, etc.) hacia los sistemas y los procesos que las soportan.

Y no me malentiendan. Tener metas claras es fundamental en todo proceso de crecimiento. Como reza el adagio, “si no se sabe a qué puerto se va, cualquier viento es favorable”.

El argumento que intentaré construir en esta entrada es que, una vez trazadas esas metas, la atención debería estar puesta en el camino que les permitirá llegar a ellas. Es a que pongan su foco en el proceso, en los sistemas para alcanzarlas, al margen de que lo logren o no. E incluso me atrevería a decir que hay aspectos de la vida en donde se puede alcanzar mucho sin tener metas puntuales, sino sólo objetivos, como en el amor y las amistades. Pero eso será tema de otra(s) entrada(s).

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Los problemas con las metas (resoluciones) de Año Nuevo

Cuando se trata de sustentar una hipótesis, pocas cosas son más contundentes que un buen dato. Y este en particular, aunque seguramente tendrá muchos asteriscos asociados, me atrevería a decir que recoge muy bien lo que ocurre en la práctica:

Investigaciones que se remontan a finales de los 80s, y que se han reeditado en el último lustro, sugieren que sólo el 9% de las personas cumplen sus resoluciones de Año Nuevo. Más aún, el 23% las deja tras la primera semana del año y el 43% antes de finalizar enero.

¿Cuántas veces han caído en alguna de esas categorías? Si son como yo, seguramente muchas; casi todas.

No se den tanto lapo. Son múltiples las razones que explican por qué las probabilidades de que fallemos cuando nos enfocamos en la meta sean tan altas.

1. El sesgo de supervivencia

Lo primero y más evidente es que las metas sufren de un fuerte sesgo de supervivencia. Nos concentramos en quienes logran el éxito y asumimos erróneamente que sus ambiciosas metas fueron la clave para llegar ahí, ignorando a la gran mayoría que compartían esas mismas metas y no lo lograron.

Todos las selecciones nacionales de fútbol tienen tatuado en su mente ganar el Mundial, pero sólo aquellos equipos que implementaron sistemas efectivos de entrenamiento, planificación, táctica y motivación lo terminan consiguiendo. El objetivo siempre estuvo ahí; el cambio vino del sistema.

2. Nos sacan de nuestra zona de confort… demasiado

Salir de la zona de confort no está mal per se. De hecho es altamente deseable hacerlo, pues ahí yacen grandes oportunidades de autodescubrimiento, aprendizaje y crecimiento.

El problema con enfocarse en las metas puntuales y, en concreto, en las resoluciones/propósitos de inicio de año, es que nos sacan demasiado de nuestra zona de comodidad, demasiado rápido y por demasiado tiempo.

Roma no se construyó en un día. Nuestro cerebro no está adaptado evolutivamente para estos cambios radicales de un momento para otro. En el ámbito físico, nuestro cuerpo lo está aún menos. A nadie se le ocurriría correr una maratón de una semana para otra, sin entrenamiento alguno, o hacer un ayuno prolongado de varios días sin antes haber ayunado siquiera un día. Y, sin embargo, cuando nos ofrecen un reto de similar envergadura, pero envuelto en palabras bonitas y mensajes motivacionales, creemos que lo podremos alcanzar.

La realidad es que esta aproximación nos lleva a componer niveles de estrés insostenibles en el tiempo. Y aunque pensemos que perseguir esta(s) meta(s) incalcanzable(s), y fallar en el intento, puede ser inocuo (“no hay peor diligencia que la que no se hace”, como reza el adagio), lo cierto es que la psicología del comportamiento sugiere que no viene a costo cero: hacerlo puede generar un “efecto de desinhibición”, muy similar a la documentada aversión a la pérdida, dejándonos en un estado emocional peor al que iniciamos.

3. Riñen con nuestro progreso de largo plazo… y con nuestra felicidad

Es cierto: lograr una meta puede cambiar tu vida, pero sólo por un instante. Esa es la paradoja de la mejora personal: pensamos que necesitamos cambiar nuestros resultados, pero los resultados no son el problema. Lo que realmente debemos cambiar son los sistemas que generan esos resultados.

En otras palabras, ajusta los insumos y la forma en que los combinas y los resultados se ajustarán por sí mismos.

Un ejemplo claro de esto se observa en quienes entrenan durante meses para una carrera. Todo su esfuerzo está enfocado en llegar a la meta, pero una vez cruzan la línea de llegada, ¿qué queda para motivarlos? No es inusual que, tras alcanzado el objetivo, dejen de entrenar y regresen a los hábitos y los resultados que tenían antes.

El propósito de establecer metas es ganar el juego; el propósito de construir sistemas es seguir jugando.

Pensar en el largo plazo implica un cambio de paradigma: no se trata de un logro puntual, sino de un ciclo continuo de refinamiento y mejora constante. En última instancia, lo que realmente determinará tu progreso es tu compromiso con el proceso.

Y es que las metas suelen venir con una premisa implícita: "Cuando alcance mi meta, seré feliz". Este enfoque, centrado en las metas, pospone continuamente la felicidad hasta alcanzar el próximo hito. Dejamos la felicidad para el "yo" del futuro. Para esa versión nuestra que logrará ese ascenso, terminará esos estudios, completará esa prueba, aún cuando sabemos que, una vez ahí, siempre habrá algo más por delante.

Más aún, este enfoque nos aboca al erróneo paradigma del “todo o nada”: o alcanzas tu meta y eres exitoso, o no lo haces y eres un fracaso.

En este sentido, priorizar los sistemas sobre las metas es el antídoto. Cuando te enamoras del proceso en lugar del producto, no tienes que esperar para ser feliz. Puedes estar satisfecho siempre que tu sistema esté funcionando. Y lo mejor de todo: un sistema puede ser exitoso de muchas formas distintas, no sólo de la que inicialmente habías previsto.

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La clave: enamorarse del proceso y de los sistemas

El cambio duradero no se trata de extremos. Es un proceso acumulativo, una colección de pequeños actos deliberados que amplían nuestras habilidades, nuestra zona de confort y nuestro entendimiento propio. Ninguno debería llevarnos al límite; cada uno es un paso hacia adelante.

Una vez más: la moraleja de esta entrada no es que las metas sean inútiles. Sirven para trazar un rumbo; para planear el progreso. Pero los sistemas son los que realmente nos llevan a progresar. Tener un sistema bien diseñado marca la diferencia. Comprometerse con el proceso es lo que produce resultados sostenibles.

Así pues, en este 2025 no se enfoquen únicamente en alcanzar metas. Diseñen sistemas que les permitan disfrutar del camino y progresar continuamente. El verdadero éxito no está en los hitos individuales, sino en la calidad del viaje.

No escuchamos una melodía para llegar al final, sino para disfrutarla en el proceso.

Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.

Un abrazo,

Carlos


Notas al margen:


Por si te los perdiste… o quieres refrescar la memoria

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