Por qué nos bloqueamos bajo presión (y cómo evitarlo)
Rory McIlroy, el Masters de Augusta y la ciencia detrás de ejecutar en entornos de alta presión
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La entrada:
Para nuestros lectores recurrentes, ya será evidente que una de mis pasiones más profundas en la vida, es el deporte. Hasta ahora, el triatlón ha ocupado el grueso de mis reflexiones, como bien lo atestiguan las múltiples entradas que le he dedicado. Sin embargo, hay otro deporte que también me apasiona, aunque hasta el momento no le haya dado el espacio que merece: el golf. Y no sólo por su componente físico —que aunque a menudo es subestimado, requiere de una combinación de fuerza, resistencia y motricidad fina— sino porque el golf es, para mí, uno de los mejores ejemplos de lo que el deporte representa como microcosmos de la vida: una combinación de estrategia, resiliencia emocional, y disciplina. Es una práctica que no sólo fortalece el cuerpo, sino, sobre todo, la mente.
Pues bien, recientemente ocurrió uno de los hitos más emocionantes en la última década para quienes seguimos de cerca este deporte: Rory McIlroy, quizás el mejor y más carismático golfista de su generación, logró alzarse con la chaqueta verde como campeón del Masters de Augusta, el torneo más prestigioso del circuito profesional. Con esta victoria, Rory se convirtió en uno de los pocos jugadores que pueden ostentar el "gran slam" de los cuatro majors del golf: el Masters, el US Open, el British Open y el PGA Championship. Lo más impresionante es que este trofeo esquivo lo había buscado por más de once años. Muchos pensaban que, como joven estrella, lo hubiese conseguido mucho antes, pero el tiempo pasó, la presión aumentó y, sin embargo, este año, finalmente, lo logró. Una hazaña que es más que un título: es una lección de perseverancia y fortaleza emocional.
Y es precisamente ese el propósito de esta entrada. El golf, como cualquier deporte (y como la vida misma), es una placa de Petri de los grandes desafíos que enfrentamos: la presión, la incertidumbre, la tentación de abandonar cuando las cosas no salen como esperamos. Todos, en algún momento, hemos estado en situaciones límite, en donde el desenlace depende de una decisión, una acción… de ejecutar bajo presión. ¿Cómo podemos prepararnos mejor para esos momentos? ¿Cómo responder de manera más efectiva cuando la balanza se inclina entre el éxito y el fracaso?
Cómo la presión puede desenfocar nuestra mente
Cuando enfrentamos situaciones de alta presión, como un examen decisivo, una negociación clave o el último hoyo de un torneo de golf, nuestro cerebro entra en un estado de alerta máxima. La amígdala interpreta la situación como una amenaza, activando consigo una cascada de respuestas fisiológicas: se eleva la frecuencia cardíaca, se contraen los vasos sanguíneos, se liberan adrenalina y cortisol. Estas reacciones preparan al cuerpo para la acción, pero también pueden secuestrar recursos cognitivos esenciales, como la memoria de trabajo y la toma de decisiones estratégicas.
Esta es la paradoja: la presión puede ser un catalizador o un lastre, dependiendo de cómo la interpretemos. Según la teoría de la evaluación del desafío y la amenaza, no es la presión en sí misma lo que determina el desempeño, sino la percepción subjetiva del individuo. Si vemos la situación como una amenaza, nuestro foco se reduce, aumentan las distracciones y los errores se multiplican. Si, en cambio, la vemos como un desafío, nuestro sistema se activa de manera más eficiente: el corazón late más rápido, sí, pero también se dilatan los vasos sanguíneos, la sangre fluye mejor y nuestra mente se enfoca en lo esencial.
Los grandes ejecutores —como Rory McIlroy en Augusta— logran algo que parece sencillo, pero es tremendamente difícil: mantener la atención en el presente, aislándose de pensamientos sobre el pasado ("¿y si fallo de nuevo?") o el futuro ("¿y si pierdo la oportunidad de mi vida?"). Rory no estaba pensando en el trofeo, en la historia o en las expectativas: estaba pensando en su golpe, en el contacto del palo con la bola, en el ritmo de su respiración.
Esto no significa que no sienta presión. De hecho, Rory mismo lo ha dicho: "Los nervios son inevitables, pero los he aprendido a aceptar. Si no estuviera nervioso, significaría que no me importa lo suficiente." La clave está en transformar esos nervios en una fuente de energía dirigida, no en un torbellino que arrasa con la claridad mental.
La presión, al final, es un espejo: refleja lo que valoramos, pero también nuestras inseguridades. Aprender a ejecutar bajo presión es, en buena medida, aprender a conocernos y a manejar esa mezcla de emociones. Es la habilidad de sostener el foco cuando la mente quiere huir, de confiar en la preparación cuando todo parece en juego, y de recordar que, como dice un viejo proverbio japonés, "la victoria pertenece al que se prepara cinco minutos más de lo necesario."
Estrategias prácticas para ejecutar bajo presión
Saber qué ocurre en nuestro cuerpo y mente durante la presión es apenas el primer paso. El desafío real es traducir ese conocimiento en acciones concretas que nos permitan desempeñarnos mejor cuando todo está en juego. Rory McIlroy no ganó el Masters por accidente: detrás de su victoria hay años de entrenamiento intencional, cultivo de herramientas psicológicas y aprendizaje a partir de fracasos previos. ¿Qué podemos aprender de él y de la ciencia sobre el rendimiento bajo presión?
Aquí algunas estrategias prácticas:
Entrena como compites: la presión no se improvisa. Si quieres rendir bien en escenarios de alta exigencia, necesitas simularlos. McIlroy, como otros deportistas de élite, dedica horas a recrear situaciones límite en la práctica: ensaya putts decisivos imaginando el bullicio del público, visualiza la presión de un torneo real y busca incomodidad en sus rutinas. Esto es aplicable a cualquier ámbito: hacer presentaciones frente a colegas, ensayar una negociación o someterse a feedback exigente puede ayudarnos a "vacunar" el sistema nervioso frente al estrés.
Reprograma la presión como un privilegio: en lugar de temerle al nerviosismo, acéptalo como señal de que estás en el camino correcto. Los estudios muestran que reinterpretar los síntomas del estrés (palpitaciones, sudoración, temblores) como signos de preparación en lugar de amenaza mejora el rendimiento. Cambia el "estoy nervioso" por "estoy listo."
Respira para regular tu sistema nervioso: la respiración es la herramienta más accesible para calmar la mente. Una técnica simple: inhala contando hasta cuatro, sostén los mismos 4 tiempos, exhala contando hasta ocho, y repite durante 1-2 minutos. Esto activa el nervio vago, reduce la frecuencia cardíaca y mejora la claridad mental. McIlroy mismo ha hablado de cómo se enfoca en su respiración antes de cada golpe.
Usa anclajes de acción: los atletas de élite tienen rutinas previas a la ejecución: un movimiento repetido, un pensamiento clave, una palabra que dispara la acción. Esto ayuda a entrar en "modo automático" y evita que la mente se disperse. Busca un gesto (como cerrar los puños, ajustar la postura) o una frase breve que te conecte con tu propósito.
Concéntrate en el proceso, no en el resultado: la presión tiende a arrastrarnos al futuro ("si fallo, pierdo todo") o al pasado ("ya cometí errores antes"). La clave es anclar la atención en el aquí y ahora: en el golpe, la presentación, la conversación que tienes frente a ti. Como dicen en el golf, "un golpe a la vez".
Acepta el fallo como parte del juego: Rory McIlroy no habría ganado Augusta si no hubiera fallado antes. La presión no desaparece; lo que cambia es tu relación con ella. Cada error es una oportunidad de aprendizaje.
Epílogo: La presión como una oportunidad
Ejecutar bajo presión no es un don reservado a unos pocos elegidos. No es un talento innato ni una cuestión de suerte. Es una habilidad que se entrena, día tras día, a través de pequeños actos de valentía: aceptar desafíos, exponerse a la incertidumbre, enfrentar la incomodidad sin buscar atajos. Rory McIlroy no ganó el Masters de Augusta porque el viento soplaba a su favor; lo hizo porque supo sostenerse en el vértigo del momento, porque transformó el peso de las expectativas en un impulso para concentrarse en lo esencial.
Esa es la lección que podemos llevarnos: la presión no es una enemiga, sino una aliada. Si aprendes a convivir con ella, a integrarla como parte natural del proceso, cada desafío dejará de ser una amenaza y se convertirá en una oportunidad para crecer. Y si algún día te encuentras frente a tu propio "último hoyo en Augusta", recuerda: la historia no se escribe con las expectativas de los demás, sino con la serenidad de quien confía en su preparación, en su proceso, y en la capacidad de dar el siguiente paso.
Porque al final del día, no importa cuántas veces hayas fallado antes, o cuán grande sea la montaña que tienes frente a ti: la verdadera maestría se demuestra cuando tienes el coraje para actuar, incluso cuando sientes que no puedes más.
Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.
Un abrazo,
Carlos
*Esta entrada hace parte de nuestros pilares de inteligencia emocional y emprendimiento y liderazgo y está basada en múltiples artículos académicos, libros, conferencias y videos de los profesores y pensadores Arthur Brooks, Paul Conti, Sam Harris, entre otros.
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