Cómo cultivar el amor propio
De la autocrítica a la compasión: herramientas prácticas para mejorar la relación que tenemos con nosotros mismos
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La entrada:
En nuestra última entrada sobre inteligencia emocional resaltábamos el valor de la soledad, siempre y cuando sirviera como campo fértil para nutrir nuestro amor propio. Advertíamos cómo el amor propio es una condición necesaria para el amor externo. En otras palabras, es el pilar sobre el que se cimientan las relaciones interpersonales sanas, sólidas y duraderas, ya sean amistosas o románticas.
No basta con buscar el amor fuera de nosotros si no hemos cultivado la capacidad de dárnoslo primero. Y sin embargo, pocas tareas son más complejas que esta.
Por eso, creí conveniente dedicar esta entrada a profundizar en algunas de las herramientas que tenemos a nuestra disposición para trabajar en el amor propio, no desde un enfoque superficial o de autoayuda complaciente, sino con un marco estratégico que nos permita nutrirlo día a día, con la misma disciplina con la que se cultiva la maestría en cualquier otra área de la vida.
Aprender a hablarnos bien: el amor propio como un idioma
Lo primero que hay que decir sobre el amor propio es que, al igual que los traumas y mecanismos de defensa sobre los que hablaba Daniel hace unas semanas, también está determinado en gran medida por nuestras vivencias tempranas.
El gran Alain de Botton sugiere que podemos entender el amor propio como un lenguaje: un conjunto de códigos y estructuras que se forjan a partir de lo que escuchamos y sentimos en nuestro entorno durante la infancia.
Si crecimos en un hogar donde las palabras de validación, afecto y motivación eran escasas o inexistentes, difícilmente hablaremos con fluidez el idioma del amor propio. En su lugar, nuestro diálogo interno estará marcado por la dureza, el desprecio o la insatisfacción.
Así, el reto en la adultez es similar al de aprender un idioma extranjero. No es fácil. Requiere de práctica constante, repetición consciente y, sobre todo, paciencia. Al principio, nuestra mente instintivamente traducirá las situaciones a nuestro idioma nativo de autocrítica severa y autoexigencia desmedida. Pero, si persistimos, podemos reprogramarnos para pensar en un lenguaje de mayor compasión y generosidad hacia nosotros mismos.
Como ocurre con cualquier lengua, la clave está en pensar en ella sin necesidad de traducción. Debemos interiorizarlo hasta que se convierta en nuestro idioma predilecto.
Estrategias para cultivar el amor propio
Son múltiples las herramientas que pueden ayudarnos a fortalecer esta forma de hablarnos con gentileza, respeto y afecto. Algunas de las más poderosas provienen de filosofías como el estoicismo, el budismo y el humanismo, que ofrecen prácticas que han resistido la prueba del tiempo. Sin embargo, quizás mi predilecta viene de uno de los grandes referentes de esta casa, el doctor Peter Attia.
1. El ejercicio de la autocompasión
Una estrategia le aprendí hace unos años a Peter Attia en un podcast con Paul Conti es un ejercicio simple, pero profundo y eficaz. Si eres alguien que se trata con dureza en cuanto comete un error o no cumple sus propias expectativas, intenta lo siguiente:
Cada vez que una situación te tiente a juzgarte con dureza, detente un momento y pregúntate: Si mi mejor amigo o ser querido estuviera en mi lugar, ¿cómo lo trataría?
Lo más probable es que no lo menospreciarías ni minimizarías su esfuerzo. Le recordarías su valor, le hablarías con cariño y le ayudarías a ver la oportunidad de aprendizaje en la situación. Entonces, ¿por qué no hacer lo mismo contigo?
Pues bien, procura tratarte a ti mismo con esa misma generosidad... y acciónalo. No se trata de simplemente pensarlo. No. Graba una nota de voz o escribe una carta en donde te expreses esos sentimientos. Como el examen oral o escrito de cualquier clase de lenguaje, aquí también es fundamental ponerse estas pruebas. Con el paso de los meses, o incluso años, verás que el ejercicio calará y, cuando menos te des cuenta, habrás cambiado tu conversación interna.
2. Un espejo humanista para reconstruirnos
Seguramente Attia y su terapéuta inspiraron su práctica en las enseñanzas de la filosofía humanista, en donde Carl Rogers, uno de los padres de la psicología centrada en la persona, sostenía que el crecimiento personal y la autenticidad sólo pueden florecer en un entorno de aceptación incondicional. En otras palabras, cuando nos sentimos dignos de amor y validados, sin la necesidad de cumplir con estándares externos inalcanzables, nos permitimos desarrollarnos plenamente. Sin embargo, el obstáculo es evidente: la mayoría no crece en un entorno de aceptación incondicional.
¿Cómo deshacernos de esta narrativa y aprender a validarnos sin depender del reconocimiento externo? Aquí es donde entra la estrategia de la "mirada de la compasión" de la terapia rogeriana. En lugar de preguntarnos “¿estoy fallando?”, “¿estoy a la altura del reto?”, el ejercicio consiste en mirarnos con la misma ternura con la que veríamos a un niño pequeño que está aprendiendo a caminar.
Para llevarlo a la práctica, cada vez que te sientas abrumado por la autocrítica, haz el esfuerzo consciente de imaginarte como un niño de cinco años que está aprendiendo, explorando, fallando y volviendo a intentar. Pregúntate: “si este niño fuera mi hijo, mi hermano pequeño o alguien a quien amo profundamente, ¿qué le diría? ¿Le reprocharía sus errores con dureza, o le hablaría con paciencia y aliento?”
Lo fascinante de esta estrategia es que permite reconectar con una verdad fundamental: en lo más profundo, seguimos siendo ese niño en formación. Seguimos aprendiendo, explorando, cayendo y levantándonos. Adoptar esta mirada autocompasiva no significa eludir la responsabilidad o justificar nuestros errores, sino reemplazar el juicio implacable por una guía amable que nos permita crecer sin miedo a la condena.
3. La práctica del memento mori: perspectiva y desapego
Ya entrando en las herramientas más milenarias, si se quiere, el estoicismo nos recuerda que buena parte de nuestro sufrimiento proviene del apego a expectativas irreales o de nuestra tendencia a amplificar las fallas. Séneca aconsejaba recordar la fugacidad de la vida como un antídoto contra la angustia.
Cuando el perfeccionismo o la autocrítica severa nublen tu juicio, haz una pausa y pregúntate: ¿Realmente importará esto dentro de un año? ¿Dentro de cinco?
Darle perspectiva a nuestros errores nos ayuda a aceptarlos sin que definan nuestra valía.
4. La ecuanimidad del budismo: desapegarse del juicio
Finalmente, es útil complementar todo esto con la ecuanimidad del budismo: la capacidad de no identificarnos excesivamente con nuestras emociones. Ni con el fracaso ni con el éxito.
El amor propio no significa pensar que somos grandiosos en todo momento, sino reconocer que nuestro valor no depende de nuestras circunstancias externas. No somos nuestros errores, así como tampoco somos nuestras victorias.
Esta perspectiva nos ayuda a sostenernos en equilibrio ante los vaivenes de la vida.
Epílogo: El amor propio no es narcisismo
Es fácil confundir el amor propio con vanidad o narcisismo. Pero la diferencia estructural no puede ser más amplia.
El narcisismo es una máscara construida sobre inseguridades no resueltas. Es una afirmación desesperada de superioridad porque, en el fondo, hay miedo de no ser suficiente.
El amor propio, en cambio, es sereno. No necesita validación externa, no busca impresionar ni sobrecompensar. Es simplemente la aceptación de uno mismo, con sus luces y sombras.
Trabajar en este amor propio no es un acto de egoísmo, sino un acto de responsabilidad y generosidad… consigo y con los demás. Es la base desde la cual podemos construir relaciones más sanas, tomar mejores decisiones y afrontar la vida con plenitud.
Y aunque requiere esfuerzo, es el tipo de trabajo que, como el aprendizaje de un nuevo idioma, con el tiempo se convierte en parte de nosotros hasta que, un día, sin darnos cuenta, nos descubrimos hablándonos bien, como si siempre hubiésemos sabido hacerlo.
Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.
Un abrazo,
Carlos
*Esta entrada hace parte de nuestro pilar de inteligencia emocional y está basada en múltiples artículos, libros, conferencias y videos de los profesores y pensadores Arthur Brooks, Alain de Botton y Simon Sinek.
Buenas y útiles reflexiones. Me pareció muy interesante y sobretodo para quienes hemos sido padres, pienso cómo le hablaríamos a un pequeño, a nuestro hijo, si estuviera aprendiendo a caminar. Porque trae compasión y un gran amor y entendimiento, conlleva un verdadero interés porque mejore y un genuino deseo porque lo logre.
No así por mi mejor amigo, quizá es en mi cultura pero los mejores amigos nos procuramos el cariño con lenguaje agresivo, burla, etc.
Finalmente, hay un "typo" en el antepenúltimo párrafo contando desde la despedida. La palabra demás dice demá.
Gracias