Microplásticos y nuestra salud parte 2: cómo mitigar su impacto
Un listado de estrategias costo-efectivas para minimizar el riesgo sobre nuestra salud asociado a la exposición de micro y nanoplásticos
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La entrada:
El jueves de la semana pasada, en la primera entrega de esta serie de dos partes sobre los microplásticos, documentábamos la aún prematura —pero cada vez más robusta— evidencia científica que sugiere que la exposición crónica a este tipo de partículas puede deteriorar múltiples aspectos de nuestra salud. Desde alteraciones cardiovasculares y hepáticas hasta posibles implicaciones neurodegenerativas y cancerígenas, los estudios experimentales y observacionales empiezan a perfilar un patrón alarmante. Advertíamos entonces que, si bien los estudios longitudinales en humanos siguen siendo escasos, el principio de precaución nos invita a actuar. En otras palabras, cuando hay suficiente humo, lo más sensato es asumir que puede haber un incendio… o al menos una hoguera que conviene apagar.
La pregunta entonces no es si debemos tomar acción, sino cuánto esfuerzo —en términos económicos, logísticos y/o emocionales— asignar a esta causa. Porque como ya señalábamos en esa entrega, intentar eliminar por completo nuestra exposición a fuentes de plástico no sólo es ingenuo, sino incluso inconveniente; indeseable. Vivimos en una era en la que el plástico cumple un papel clave en el saneamiento, la seguridad alimentaria, el acceso al agua potable, la conservación de medicamentos y nuestro acceso y usufructo de espacios digitales como este.
Lo razonable sería aplicar lo que en economía se conoce como un análisis de costo-beneficio: evaluar las alternativas individuales que tienen un impacto significativo en la reducción de la exposición a microplásticos, y ponderarlas en función de su respectivo beneficio y costo marginal.
Para ayudarnos en esta tarea, el doctor Peter Attia y su equipo construyeron un par de gráficas que buscan cuantificar precisamente eso: el retorno en la reducción de exposición relativo a diferentes niveles de inversión pecuniaria y esfuerzo.

Y los hallazgos son tan intuitivos como poderosos. Primero, que ningún conjunto de estrategias —por más dinero, disciplina o sofisticación tecnológica— logra eliminar completamente la exposición a los micro y nanoplásticos. La curva es asintótica: se acerca al 75% de reducción relativa, pero nunca lo supera. Segundo, y quizás más relevante, que esta curva es marcadamente cóncava. Es decir, los mayores beneficios se obtienen con los menores esfuerzos. De hecho, con alrededor de USD100 de inversión inicial, se podría acceder a dos terceras partes de toda la reducción “disponible”.
Por eso, esta segunda entrega la dedicaremos a esas estrategias de alto retorno y bajo costo. A lo que en inglés se conoce como low hanging fruits: acciones simples, alcanzables y altamente efectivas para mitigar nuestra exposición diaria a los microplásticos.
Estrategias de bajo costo para reducir la exposición a los microplásticos
Como advertíamos en la entrega anterior, no se trata de sucumbir ante el pánico o caer en radicalismos. El objetivo aquí es identificar aquellos cambios de bajo costo y alta eficacia que, sin comprometer nuestra calidad de vida ni imponer cargas desproporcionadas, pueden disminuir nuestra exposición diaria a estas partículas. A continuación, algunas de las estrategias mejor respaldadas por la evidencia científica y que, confiamos, están al alcance de la mayoría.
Para el aire que respiramos
Uno de los hallazgos más inquietantes de los últimos años es que el aire se ha convertido en una fuente significativa de exposición a microplásticos. De hecho, algunos estudios lo ubican como la tercera vía de contacto más importante. Las concentraciones registradas en zonas urbanas oscilan entre 2 y 18 partículas por metro cúbico de aire, con amplias variaciones según el entorno.
Una de las medidas más efectivas para reducir esta vía de exposición, especialmente en el hogar o en espacios cerrados donde pasamos buena parte del día, es invertir en un buen filtro de aire. Los modelos con filtración HEPA pueden capturar partículas del tamaño de los microplásticos sin mayores complicaciones, y hoy en día están disponibles a precios razonables.
En espacios abiertos, en cambio, la clave está en monitorear los niveles de contaminación. La mayoría de celulares ya incorporan esta función en sus apps del clima. Cuando los niveles están por encima del umbral recomendado por la OMS, evitar salir es lo ideal. Pero si salir es indispensable, optar por un tapabocas de alta filtración puede marcar la diferencia. No será lo más cómodo, pero sí una de las formas más accesibles y asequibles de protección.
Para los líquidos que bebemos
Uno de los mayores puntos ciegos para la mayoría de las personas está en las bebidas. La creencia de que el agua embotellada es más pura o segura que la de la llave ha sido refutada por estudios recientes. Uno de ellos estimó que quienes cubren su requerimiento hídrico exclusivamente con agua embotellada podrían estar ingiriendo hasta 90.000 partículas plásticas adicionales al año, frente a unas 4.000 si lo hacen con agua de grifo. Esto se debe a que una sola botella de 500ml puede contener más de 100.000 partículas de nanoplásticos, derivadas del proceso de producción y de la degradación natural del envase.
La solución es tan sencilla como efectiva: optar por agua filtrada del grifo. En la mayoría de ciudades, el agua de la llave es segura en términos microbiológicos, pero un filtro puede reducir aún más la carga de microplásticos y otros contaminantes. Claro, muchos filtros comerciales almacenan el agua en jarras plásticas. Por eso, si se quiere dar un paso adicional, lo ideal es almacenarla en recipientes de vidrio o acero inoxidable.
Otro hábito cotidiano que vale la pena revisar es el de nuestra aproximación a las bebidas calientes. Los filtros de té industrializados”, están hechos con polímeros como nylon o polietileno. Al entrar en contacto con agua hirviendo, liberan miles y hasta millones de partículas en la bebida. Un estudio demostró que una sola bolsa de té podía liberar hasta 11,6 mil millones de microplásticos en una sola taza. La alternativa: usar infusiones a granel con un filtro de acero inoxidable o una prensa francesa de vidrio o acero inoxidable.
Lo mismo aplica para el café. Las cafeteras tradicionales, las cápsulas plásticas tipo Keurig, los filtros tratados químicamente o incluso las redes plásticas de algunas prensas pueden ser fuente de exposición innecesaria a microplásticos. Aquí también, una prensa francesa de vidrio o acero, sin componentes plásticos, o la tradicional greca italiana de metal, acompañada de agua hervida, no sólo es una opción más saludable, sino que además permite disfrutar mejor los matices de cada variedad. O, mejor aún, apelar al método Chemex de filtrado que, debo admitir, desde que me volví “cafetero” (tras nuestra entrada sobre los beneficios de la cafeína), es mi método preferido de preparación.
Un beneficio adicional del agua hervida es que, al aumentar su temperatura, ciertos microplásticos quedan atrapados en la cal o en los depósitos de carbonato de calcio del recipiente, reduciendo su concentración. Según la Asociación Americana de Químicos, hervir el agua puede eliminar hasta un 80% de ciertos tipos de microplásticos.
Para los alimentos que ingerimos
Como con las bebidas, aquí también el calor es un factor determinante en la liberación de microplásticos. Cada vez que se calienta un envase plástico, se incrementa la probabilidad de que estos compuestos migren hacia los alimentos. Por eso, una de las recomendaciones más simples y eficaces es nunca calentar comida en recipientes plásticos. Si compras comida congelada envasada en plástico, transfiérela a un plato de cerámica o vidrio antes de meterla al microondas.
Además, el uso cotidiano degrada los recipientes plásticos, aumentando su fragilidad y, con ello, la liberación de partículas. Aquí también, almacenar los alimentos en envases de vidrio no sólo reduce la exposición, sino que mejora la conservación y facilita la limpieza.
Los implementos de cocina no se quedan atrás. Espátulas, cucharas, cucharones y otros utensilios plásticos están constantemente expuestos a altas temperaturas. A largo plazo, esto los degrada y puede liberar microplásticos en los alimentos. Lo ideal es sustituirlos por alternativas en madera o acero inoxidable, que además son más duraderos y menos agresivos con los utensilios de cocina.
Sobre esto último, particularmente notable es el caso de las tablas de cortar. Al picar sobre tablas plásticas, es inevitable que pequeñas astillas se desprendan. En efecto, investigadores de la Yadav y compañía encontraron que estas tablas representan una fuente relevante de microplásticos en los alimentos. Las de madera o bambú, en cambio, son más seguras, más duraderas y menos abrasivas con los cuchillos.
Por último, si bien no podemos evitar completamente los alimentos empacados, conviene priorizar ingredientes frescos y preparados en casa. Diversos estudios han demostrado que incluso productos etiquetados como orgánicos pueden tener cargas elevadas de microplásticos, derivadas del empaquetado o el proceso de producción.
Epílogo: Precaución sin paranoia
Como todo en la vida, este asunto no admite respuestas binarias. Sería un error suponer que la exposición a microplásticos es la única, o siquiera la principal, amenaza a nuestra salud. También lo sería minimizarla por el hecho de que la evidencia científica aún se encuentre en etapa embrionaria.
Lo que sabemos con certeza es que estas partículas están por todas partes, que se acumulan en tejidos, que generan respuestas inflamatorias y que podrían alterar procesos clave en nuestro organismo. Eso, por sí solo, basta para justificar una postura de precaución informada.
Ahora, lo loable es que no se trata de cambios drásticos ni de inversiones exorbitantes. Son pequeños ajustes, muchos de los cuales se alinean con otras recomendaciones de salud que ya promovemos desde Crecimiento Consciente: consumir menos alimentos ultraprocesados, cocinar más en casa, evitar el plástico caliente, optar por utensilios duraderos, mejorar la calidad del aire que respiramos y preferir recipientes de vidrio o acero inoxidable.
Si esto se logra además sin alimentar el pánico colectivo ni caer en soluciones impracticables, entonces habremos dado un paso más hacia un estilo de vida consciente, sostenible y saludable.
La idea no es vivir con miedo, sino vivir con criterio.
Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.
Un abrazo,
Carlos
*Esta entrada hace parte de nuestro pilar sobre salud y nutrición y está basada en múltiples artículos académicos, así como en escritos, podcasts y libros de, entre otros, los doctores Peter Attia, Layne Norton y Andrew Huberman.
**Advertencia: el contenido aquí proporcionado tiene únicamente propósitos informativos. Esta entrada no pretende reemplazar el consejo médico profesional, el proceso de diagnóstico o el tratamiento de ninguna enfermedad. Los invitamos a consultar la opinión de sus médicos antes de tomar cualquier decisión sobre su salud.
Por si te los perdiste… o quieres refrescar la memoria
Los microplásticos y nuestra salud parte 1: las fuentes y riesgos
Lo que dice la evidencia científica sobre los impactos de la presencia los microplásticos en nuestra vida
Alimentos ultraprocesados: ¿qué tan nocivos son?
Un repaso a la evidencia científica y una reflexión personal sobre cómo aproximarnos a estos