Longevidad: primero, no morir joven
Una mirada a los principales factores de riesgo a los que están expuestos los menores de 69 años y cómo mitigarlos.
Crecimiento en breve:
Enfermedades cardiovasculares, cáncer, enfermedades metabólicas y nerurodegenerativas tienen una carga alta de morbilidad (enfermedad) y mortalidad desde tempranas edades.
Otros factores, como homicidios, accidentes de tránsito, enfermedades respiratorias, suicidio y enfermedades de transmisión sexual tienden a explicar más muertes en América Latina para los más jóvenes.
Para alcanzar una vida longeva, son varias las estrategias individuales y de acción colectiva que pueden adoptarse para minimizar el riesgo de morir a causa de enfermedades transmisibles o factores accidentales.
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Esta entrada hace parte de nuestra serie sobre salud y nutrición y está basada en diversos escritos del doctor especialista en longevidad Peter Attia, el cardiólogo Paddy Barrett y en la información recolectada por Our World in Data.
Advertencia: como en todas nuestras publicaciones sobre salud y nutrición, queremos enfatizar que el contenido aquí proporcionado tiene únicamente propósitos informativos. Este artículo no pretende reemplazar el consejo médico profesional, el proceso de diagnóstico o el tratamiento de cualquier enfermedad. Los invitamos a consultar y contrastar la información aquí presentada con la opinión de sus médicos antes de tomar cualquier decisión sobre su salud.
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Ahora sí, a lo que vinimos:
Hasta ahora, hemos cubierto en múltiples entradas sobre salud, nutrición y deporte qué compone y cómo alcanzar una vida longeva, definida como maximizar los años que se viven y la calidad de cada uno de esos años.
En lo personal, soy de los que pondera mucho más agresivamente el segundo componente de la longevidad. En otras palabras, prefiero vivir muy bien cada año que tenga que maximizar el número de años de vida. Sin perjuicio de lo anterior, también me gustaría eventualmente poder correr maratones con mis nietos, o bisnietos, poder hacer una vuelta ciclista con mis futuras generaciones en óptimas condiciones de salud y, en general, disfrutar de todo lo bueno que seguramente nos depararán las próximas décadas.
Esto necesariamente implica trabajar en alcanzar ese umbral de años, digamos, alrededor de los 70-80 años. Sabemos de los datos que el principal obstáculo para llegar a esas edades, a nivel mundial, reside en lo que se conocen como enfermedades crónicas o no transmisibles, que representan casi 3 de cada 4 decesos anuales. De hecho, en nuestra región, América Latina, esa cifra sube un poco, acercándose al 80%, mientras que en los países "desarrollados" llega casi al 90%.
A modo de repaso, en nuestra entrada sobre longevidad, hablábamos sobre los principales cuatro grupos de enfermedades crónicas que ponen en riesgo no sólo nuestros años de vida, sino la calidad de esos años; aquellas que el doctor Peter Attia bautizó como "los cuatro jinetes de la enfermedad". Recodemos:
Enfermedades cardiovasculares: comprenden afecciones del corazón y los vasos sanguíneos, como la hipertensión arterial, la enfermedad coronaria y la aterosclerosis. Son el mayor "asesino silencioso" alrededor del mundo: 1 de cada 3 decesos se le atribuyen anualmente. Entradas como las que componen nuestra serie sobre el colesterol, dan muy buenas pistas sobre cómo minimizar la incidencia de esta semana
Cáncer: engloba un amplio espectro de enfermedades caracterizadas por el crecimiento descontrolado de las células.
Enfermedades metabólicas: incluyen diabetes y obesidad, condiciones resultantes de desequilibrios en el metabolismo del cuerpo (su capacidad para utilizar diferentes fuentes de energía para funcionar); también suelen manifestarse a través de enfermedades renales y hepáticas.
Enfermedades neurodegenerativas: tales como el Alzheimer, la demencia y el Parkinson, deterioran progresivamente las funciones cerebrales.
Así, decíamos en su momento, desde un punto de vista clínico, el grueso de nuestros esfuerzo para acometer una vida longeva deben pasar por reducir el riesgo de desarrollar estas enfermedades, o el de retrasar el momento de su aparición.
Sin embargo, hay un detalle no menor que estamos omitiendo en estas cifras.
Estos porcentajes están considerablemente influenciados por el hecho de que los adultos mayores, principales dolientes de las enfermedades crónicas en sus etapas avanzadas, contribuyen desproporcionalmente a la "bolsa de decesos" anuales. En otras palabras, estas cifras no son representativas de los factores de riesgo que enfrentan los más "jóvenes".
Ahora, esto no quiere decir que las enfermedades crónicas dejen de representar un riesgo mayor para estos grupos etáreos. A pesar de que sus síntomas y consecuencias se suelen manifestar en edades avanzadas, como veremos, estas afecciones siguen teniendo una incidencia muy elevada en la carga de morbilidad (enfermedad) y mortalidad, casi que indistintamente de la edad y la ubicación de nacimiento o residencia.
Así, quizás pocas cosas más peligrosas que esa creencia que suele imperar entre los jóvenes, según la cual el impacto que pueden tener estas enfermedades sobre el normal desarrollo de nuestras vidas es despreciable; delegamos las tareas de prevención y tratamiento de estos grupos de enfermedades a nuestros yo mayores.
Sufrimos de lo que los economistas llaman inconsistencia intertemporal: creemos que los "costos" de prevenir la enfermedad del mañana (como comer saludable, por ejemplo) son muy altos a la luz de los "beneficios" que obtenemos en el presente de no hacerlo (comer alimentos ultraprocesados como si no hubiera un mañana, siguiendo el ejemplo). Pero lo cierto es que tendemos a evaluar mal esos costos y esos beneficios, bien por sesgos cognitivos, o bien por ausencia de información, como la presentada a continuación, todo lo cual nos lleva a tomar decisiones que van en contravía de nuestro bienestar en el largo plazo; que nos previenen de alcanzar ese objetivo de la longevidad.
Y lo cierto es que el mismo sistema de salud ha contribuido a reforzar esta narrativa. Por ejemplo, para hablar de la causa de muerte más prevalente, las guías de prevención de enfermedades cardiovasculares se enfocan en el riesgo a diez años vista. Incluso, hay medidores de riesgo, como los que se usan en países anglosajones, que no permiten evaluar el riesgo para individuos menores a 40 años. Como lo vimos en la última entrada de nuestra serie sobre el colesterol, esto no tiene mucho sentido: enfermedades como la aterosclerosis empiezan a desarrollarse desde edades tempranas (tan pronto como en la adolescencia), por lo que mitigar el riesgo debe ser una tarea de toda la vida.
Es bajo este entendido que el propósito de esta entrada es doble: (i) por un lado, busca concientizar a las personas jóvenes sobre la importancia de tomar acciones decididas para prevenir o retrasar al máximo la aparición de las enfermedades crónicas en su vida (y la de sus seres queridos); y (ii) por el otro, minimizar el riesgo de morir por otras causas no crónicas, como las que abordaremos en las siguientes secciones.
Pero, antes de seguir, ¿cómo definir juventud?
Si bien no hay un número mágico a partir del cual se deje de ser "joven" para convertirse en "viejo", para efectos de los puntos que tratamos de ilustrar en esta entrada, vamos a tomar como referencia dos categorías de edad utilizada en convenciones internacionales: los jóvenes entre los 15 y los 49 años y los "jóvenes" mayores, entre los 50 y los 69 años, esos que hasta hace unas décadas podían ser considerados adultos mayores, pero que hoy pueden estar en óptimas condiciones de salud y desempeñar trabajos rutinarios con igual o mayor destreza que alguien más joven.
Además, oara propósitos de esta entrada, dejaremos a un lado los datos de decesos a nivel mundial o de países desarrollados para concentrarnos en los de nuestra región, América Latina.
Causas de muerte entre los 50 y los 69 años
Como lo recoge la figura a continuación, aunque pueda resultar sorpresivo, en este grupo etáreo dos de los cuatro "jinetes" siguen siendo responsables de la mayor cantidad de decesos anualmente en nuestra región. Si bien las enfermedades cardiovasculares permanecen en el tope de la lista, siendo responsables por 3 de cada 10 fallecidos, el cáncer, que tiene un componente genético y, si se quiere, de aleatoriedad, mucho mayor, es notablemente más prevalente (en los datos globales representa el 18% de los fallecimientos, contra el 33% de las enfermedades cardiovasculares).

A diferencia de los países desarrollados, en nuestra región este grupo etáreo es víctima desproporcionalmente de otra categoía de afecciones crónicas, que se denominan como enfermedades digestivas: afectan la correcta absorción de nutrientes y funcionamiento de nuestro sistema digestivo, entre las que se encuentran la cirrosis, el síndrome de intestino irritable, la apendicitis y la pancreatitis.
Si bien algunas de estas, como la cirrosis, el síndrome de intestino irritable y la pancreatitis tienen mucho que ver con nuestro estilo de vida, como el consumo en moderación (o, preferiblemente, nulo) de bebidas alcohólicas y la ingesta de una dieta sana y balanceada, hay otros factores genéticos, e incluso de suerte (como en la apendicitis) que inciden en su aparición.
Con todo, en este segmento poblacional, lo cierto es que los factores de riesgo y, consigo, las recomendaciones gruesas sobre longevidad que aplican para los adultos mayores (a 70 años) siguen siendo válidas: una vida consciente sobre nuestra salud, especialmente cardíaca y metabólica, disminuirá considerablemente el riesgo de morbilidad y mortalidad.
Pero el panorama cambia dramáticamente entre más joven se sea.
Causas de muerte entre los 15 y los 49 años
A pesar de que menos del 1% de la población mundial fallece anualmente como consecuencia de conflictos interpersonales (homicidios y muertes en peleas o combate), tristemente la realidad de los adultos jóvenes en nuestra región es muy diferente. Como se aprecia en la figura a continuación, los homicidios representan poco más de 1 de cada 5 decesos en este segmento poblacional, consolidándose, de lejos, como la causa de muerte más prevalente.
El flagelo del narcotráfico, el crimen organizado y los conflictos armados en nuestra región es insoslayable.

El cáncer y las enfermedades cardiovasculares, a pesar de la edad, siguen haciendo parte del top 3 de causas de muerte en la región, con el primero ahora sí aventajando al segundo. Si bien es cierto que, entre más joven, más es la incidencia de factores congénitos en el desarrollo de enfermedades cancerígenas, esto no quiere decir que nuestro estilo de vida no siga jugando un rol importante en su aparición; y ni hablar del de las enfermedades cardiovasculares que, como decíamos, empiezan a gestarse desde tempranas edades.
Ahora, llama poderosamente la atención que en este listado ganan participación otras causas de muerte accidentales e incidentales, como los accidentes de tránsito, representando casi el 12% de todos los fallecimientos, así como el suicidio y las enfermedades de transmisión sexual, que agrupadas llegan al 10% de los decesos. Esto con el agravante de que, entre más joven se sea, más incidencia ganan estos factores de riesgo.
Corolario: qué pone en riesgo a los más pequeños
Los niños entre los 0 y los 5 años de nacidos fallecen primordialmente a causa de enfermedades congenitas, problemas asociados con el parto o enfermedades respiratorias, como la neumonía, como habría de esperarse.
Sin embargo, cuando estudiamos el grupo entre los 5 y los 14 años en nuestra región, los datos son impactantes. Los accidentes de tránsito son la principal causa de mortalidad, siendo responsables de 1 de cada 5 niños fallecidos en la región. Aunque el cáncer, aquí sí casi que predominantemente congénito, se cuela en la segunda posición, las muertes por ahogamiento (accidentes en piscina y en el mar, principalmente) completan el podio.

Si eres un adulto joven y los datos no te resultaron lo suficientemente alarmantes como para tomar acciones respecto del riesgo de morir en un accidente de tránsito, quizás esto, especialmente si eres padre de familia, te haga más consciente de la importancia de ser responsable y precavido al volante.
Píldoras de crecimiento: tácticas para reducir el riesgo de morir joven
Como hemos visto, las enfermedades crónicas son el común denominador de mortalidad en nuestra región (y en el mundo). Especialmente si eres mayor de 15 años, nunca será lo suficientemente temprano para empezar a trabajar decididamente en su prevención. Es justamente por esto que en Crecimiento Consciente hemos dedicado, y seguiremos dedicando, una buena porción de nuestras entradas a abordar este tema.
Sin embargo, en lo que respecta a los factores de riesgo por fuera de esta categoría, que ganan relevancia entre más joven se sea, son varias las estrategias que podemos emplear en nuestro día a día para minimizar su incidencia, y que les quiero compartir a continuación a modo de cierre de esta publicación:
Homicidios
Desafortunadamente, debemos convivir con la aún violenta e insegura realidad de buena parte de nuestra región y que, como veíamos, sigue explicando la gran mayoría de fallecimientos en los adultos jóvenes. Al respecto, si bien el grueso de las acciones de mitigación del riesgo pertenecen a la esfera de la política pública, hay algunas que, aunque parezcan lugares comunes u obviedades, podemos emplear como individuos en nuestra cotidaniedad para tal fin:
Mantener un perfil bajo: me duele tener que dar este tipo de recomendaciones, pues distan mucho del deber ser de una sociedad liberal y civilizada, pero, especialmente en las grandes ciudades, una manera directa de reducir el riesgo de homicidio es reduciendo el riesgo de hurto. Evitar mostrar signos visibles de riqueza en lugares públicos, como joyas, relojes caros o dispositivos electrónicos como teléfonos móviles y tabletas disminuye nuestro atractivo como objetivo para los delincuentes.
Consciencia sobre el entorno: mantenerse alerta y consciente de lo que sucede a nuestro alrededor, especialmente en lugares públicos o áreas conocidas por su alta tasa de criminalidad es fundamental para anticiparnos y prevenir situaciones que puedan poner en riesgo nuestra vida.
Evitar rutinas predecibles: si tienes un perfil público notable, bien sea por ostentar posiciones de poder o por riqueza, variar tus rutas y horarios al trasladarte de un lugar a otro puede hacer más difícil que el crimen organizado te tome como objetivo.
Utilizar transporte seguro: en la medida de las posibilidades, optar por medios de transporte confiables y seguros, así ello implique una "prima" en su costo, especialmente si el trayecto de desplazamiento cubre lugares con altas tasas de criminalidad. En esa misma línea, hay que evitar caminar solo por lugares aislados o poco iluminados, especialmente durante la noche.
Comunicar tus movimientos: informa a familiares o amigos de tus desplazamientos, especialmente si vas a estar en áreas de riesgo. Tener a alguien que conozca tu ubicación y tus planes puede ser crucial en caso de emergencia. Yo, en lo personal, comparto con mis amigos cercanos mi ubicación en tiempo real permanentemente a través de la aplicación FindMy de Apple.
Evitar conflictos: en situaciones potencialmente peligrosas, es mejor evitar confrontaciones. En otras palabras, déjate robar, cerrar, chocar o pitar en el vehículo o echar de la discoteca o el bar sin resistencia física alguna. El reloj, el celular, el carro o el mismo orgullo siempre se podrán recuperar; tu vida, no.
Accidentes de tránsito
Si bien más adelante tendremos un entrada entera dedicada a cubrir en detalle este tema, a continuación les relaciono las estrategias que encuentro más efectivas para reducir el riesgo de hacer parte de un accidente de tránsito:
No conducir bajo los efectos de sustancias: aunque parezca una obviedad, los accidentes de tránsito ocasionados por conductores bajo los efectos de las bebidas alcohólicas o drogas siguen siendo los de mayor incidencia en la mortalidad vial, especialmente en nuestra región. Bajo ninguna circunstancia conduzcas si has tomado algo de alcohol o consumido alguna sustancia alucinógena.
Adoptar un estilo de conducción sumamente defensivo: esta estrategia es tomada del gran amigo de la casa, Peter Attia, quien, entendiendo que más del 25% de los accidentes de tránsito ocurren como consecuencia de distracciones del conductor, busca la manera de estar siempre alerta en la vía. Su protocolo es muy crudo, pero a la vez sencillo y efectivo: imaginar que durante el trayecto que se va a conducir, hay una persona, cuya identidad o vehículo desconocemos, con el exclusivo propósito de chocarnos y, sí, así sea fuerte, de asesinarnos en el proceso. Sólo imagina qué tan precavido serías respecto del comportamiento de cada uno de los vehículos que te rodea, de las intersecciones por las que cruzas y de las señales de tránsito que te encuentras si esa fuera tu mentalidad al volante.
Dejar el celular en el baúl: de manera similar, buscando eliminar la mayor fuente de distracciones al conducir, Peter aconseja dejar el celular en un lugar que no sea de fácil acceso mientras conducimos. Si te es posible, déjalo en el baúl para eliminar de plano la tentación de mirarlo.
Suicidio
Este es otro tema de mucha complejidad al que dedicaremos una entrada (o varias) en el futuro. En el ínterim, basta con decir en que la evidencia científica es concluyente en señalar que las principales formas de prevenir el suicidio son:
Reducir el acceso a métodos que faciliten el suicidio: si bien el grueso de este esfuerzo debe venir desde los gobiernos nacionales y locales, como la regulación de armas de fuego, medicamentos de alto poder, entre otras, en nuestros hogares podemos "atarnos las manos", minimizando la presencia de estos objetos que pueden llegar a ser utilizados en contra nuestra en momentos de debilidad.
Construir una red de apoyo sólida: trabaja activamente en cultivar y preservar tus amistades verdaderas y tus relaciones familiares. No sólo son quizás el elemento disuasor más importante en nuestra vida, sino que, si llegamos a incurrir en un intento de suicidio, nos ayudarán a salir adelante de este episodio, junto a la ayuda de un profesional de la salud, por supuesto.
Enfermedades de transmisión sexual
Finalmente, nunca está de más recordar sobre la importancia de nuestra salud sexual, pues, a pesar de que ha sido notable el avance en los tratamientos clínicos en este campo, la ausencia de protección en las relaciones sexuales sigue cobrando muchas vidas al año, especialmente en nuestra región. Al respecto:
Procurar tener sexo con protección: el uso de preservativos es altamente recomendado durante las relaciones sexuales, especialmente si no tienes conocimiento de primera mano sobre las enfermedades que la otra persona pueda tener.
Hacerse exámenes periódicamente: nadie está exento de contraer enfermedades de transmisión sexual, por lo cual es fundamental monitorearnos frecuentemente. Si tienes una vida sexual activa, es ideal hacer exámenes de sangre cada seis meses.
Tratarse oportunamente: aunque puede ser fuente de verguenza, siempre será mejor acudir a los profesionales de la salud tan pronto como tengas un diagnóstico de una enfermedad sexual. Como lo decía arriba, los tratamientos clínicos hoy son lo suficientemente efectivos como para que alguien siga falleciendo a causa de estas afecciones.
Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.
Un abrazo,
Carlos