Una lengua más, 3 años más de vida
Cómo el bilingüismo puede ser una herramienta poderosa para tener una vida longeva
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La entrada:
Lo primero que procede es extenderles una sincera disculpa por este no anticipado interludio de poco más de un mes desde nuestra última publicación. También agradecerles especialmente por su comprensión y paciencia. Han sido unas semanas frenéticas, en lo personal y lo profesional, para Daniel y para mí. Sin embargo, seguimos firmes en el compromiso de compartirles nuestros aprendizajes en este sinuoso camino del Crecimiento Consciente.
Para los que nos siguen de tiempo atrás, sabrán que dedicamos el grueso de nuestras entradas sobre salud y nutrición a explorar esas herramientas, esos hábitos, que tenemos a nuestra disposición para propiciar una vida longeva, con mayor esperanza de vida, pero, sobre todo, mejor calidad de vida.
Por ejemplo, hemos cubierto en múltiples oportunidades cómo mantener un estilo de vida activo, con una capacidad cardiorespiratoria excelente (nos hemos referido al VO2 máximo, pero hay un debate interesante al respecto sobre el que escribiremos en 2026), puede ser crucial en la consecución de esa causa. También hemos hablado sobre la importancia de dejar el tabaquismo y moderar el consumo de alcohol, así como de propiciar un buena higiene del sueño.
Y si bien todas estas intervenciones tienen en común que están respaldadas por decenas, si no es que cientos, de estudios científicos revisados por pares, lo cierto es que también comparten , en mayor o menor medida, un costo de adopción y adherencia. Por más fuerza de voluntad y estrategias (“hacks”) de las que se disponga, desarrollar el hábito de un estilo de vida saludable conlleva sacrificios; implica postergar gratificación instantánea en pos de un mejor futuro.
Por ello lucen particularmente atractivos los resultados de un estudio publicado recientemente en el prestigioso circuito de revistas Nature, según el cual aprender lenguas distintas a la materna puede redundar en una vida más longeva. Así, en lo que resta de esta entrada, exploraremos la literatura académica alrededor de este hallazgo, profundizaremos en sus implicaciones y discutiremos estrategias para facilitar el aprendizaje de una nueva lengua y derivar consigo estos potenciales beneficios.
Antecedentes científicos
El artículo que motiva esta entrada se apoya en una acervo investigativo que lleva décadas apilándose y que ha refrendado una tesis que resulta más bien intuitiva: aprender y utilizar más de una lengua a lo largo de la vida parece proteger al cerebro frente al paso del tiempo. Hasta hace poco, sin embargo, esta evidencia se había concentrado casi exclusivamente en el dominio cognitivo, sin lograr extenderse con claridad hacia marcadores más amplios de salud y longevidad.
En efecto, uno de los resultados más consistentes en la literatura es el retraso en la aparición de deterioro cognitivo en personas bilingües o multilingües. Estudios comunitarios realizados en poblaciones lingüísticamente diversas han mostrado que la prevalencia de la demencia es sustancialmente menor entre quienes hablan más de una lengua, incluso después de controlar por factores sociales y económicos que suelen sesgar este tipo de análisis. A esto se suma un mejor desempeño cognitivo basal y una menor incidencia de deterioro cognitivo leve, un estado intermedio que a menudo precede a diagnósticos neurodegenerativos más severos.
La evidencia epidemiológica refuerza esta idea desde otro ángulo. Meta-análisis y estudios poblacionales han documentado que las personas bilingües suelen manifestar síntomas clínicos de enfermedades como el Alzheimer varios años más tarde que los monolingües, y que el diagnóstico formal también se retrasa.
Por su parte, los estudios de neuroimagen muestran que, en pacientes con demencia, quienes han utilizado activamente más de una lengua evidencian patrones de conectividad metabólica más robustos en redes asociadas al control ejecutivo y al funcionamiento autónomo del cerebro, aún cuando presentan signos más avanzados de hipometabolismo cerebral. Este aparente contrasentido se interpreta como evidencia de una mayor reserva cognitiva, es decir, de mecanismos compensatorios que permiten sostener el funcionamiento mental pese a una mayor carga patológica.
Más recientemente, cohortes poblacionales han ampliado esta perspectiva al mostrar que una experiencia lingüística rica se asocia con mejor desempeño cognitivo en adultos mayores, independientemente de la edad, el nivel educativo o el estatus socioeconómico.
Más interesante, cuando el multilingüismo se combina con otras actividades cognitivamente complejas, como la práctica musical, los beneficios parecen acumularse, afectando no sólo la cognición, sino también el bienestar emocional.
Con todo, pese a la solidez de esta evidencia, persistía una limitación fundamental: el grueso de estos trabajos se centraba en desenlaces cognitivos específicos y seguía enfrentando dificultades para identificar relaciones causales. La pregunta de si aprender idiomas podía traducirse en beneficios medibles sobre la salud general y la expectativa de vida permanecía, en buena medida, abierta. Es precisamente en ese punto donde el estudio central de esta entrada introduce un giro relevante, ampliando el foco y abordando el problema con herramientas que antes no estaban disponibles.
El estudio central: multilingüismo y envejecimiento biológico
Como decía, es con este trasfondo que adquiere especial relevancia el estudio que motiva esta entrada, liderado por Agustín Ibáñez junto con dos decenas de investigadores de distintos países europeos. El análisis utiliza información longitudinal de 86.000 adultos, con edades entre 51 y 90 años y una edad promedio de 66,6 años, provenientes de 27 países de Europa. Se trata, por tanto, de un cohorte amplio, diverso y observado durante un período suficientemente largo como para capturar diferencias reales en las trayectorias de envejecimiento.
El núcleo metodológico del trabajo es la construcción de un indicador denominado brecha de edad bioconductual. En términos simples, esta métrica estima si una persona envejece más rápido o más lento de lo esperable para su edad cronológica (los años de la cédula), integrando múltiples factores de riesgo y de protección conocidos. Una brecha positiva indica envejecimiento acelerado; una negativa, un envejecimiento más saludable. A diferencia de enfoques centrados únicamente en el cerebro, este indicador busca capturar el ritmo de envejecimiento del cuerpo en su conjunto.
Con esta herramienta, los autores realizan tres análisis complementarios. En el análisis transversal (la foto del cohorte), los individuos monolingües presentan 2,1 veces más probabilidad de mostrar envejecimiento acelerado. En contraste, quienes hablan una o más lenguas adicionales exhiben una reducción significativa del riesgo, con una razón de probabilidades de 0,46, es decir, alrededor de 2,2 veces menos probabilidad de envejecer de forma acelerada. La magnitud del efecto no es marginal y se mantiene tras múltiples ajustes.
El análisis longitudinal refuerza estos resultados al incorporar el tiempo de seguimiento. En este caso, los monolingües muestran un riesgo relativo de envejecimiento acelerado 1,4 veces mayor, mientras que las personas multilingües presentan un riesgo 1,4 veces menor.
De forma especialmente relevante, emerge una clara relación dosis–respuesta: a mayor número de lenguas adicionales, mayor es la protección observada frente al envejecimiento acelerado, un patrón que refuerza la plausibilidad causal del hallazgo.
Cuando los resultados se desagregan por grupos etarios, la señal se vuelve aún más informativa. El riesgo asociado al monolingüismo aumenta con la edad, mientras que el efecto protector del multilingüismo se mantiene y se intensifica en los grupos de mayor edad, especialmente en quienes dominan 2 o más lenguas adicionales. En otras palabras, el beneficio no sólo persiste en la vejez, sino que parece volverse más relevante precisamente en las etapas en donde el deterioro biológico suele acelerarse.
Finalmente, el estudio destaca por la profundidad de sus pruebas de robustez. Los resultados se mantienen tras controlar por educación, funcionamiento cognitivo, actividad física y múltiples exposiciones sociales y ambientales, además de someter el modelo a extensos análisis de sensibilidad. Existen, eso sí, matices importantes. En personas migrantes y en contextos de alta desigualdad de género, el efecto protector se atenúa, lo que sugiere que no sólo importa aprender una lengua, sino las condiciones bajo las cuales se adquiere: no es lo mismo apropiarse con intención de un segundo o tercer idioma, que hacerlo por imposición o supervivencia. La intencionalidad, como en muchos otros temas que solemos tocar aquí, importa… y mucho.
Cómo facilitar el aprendizaje de una nueva lengua
Una conclusión que se desprende casi de inmediato del estudio de Ibáñez y compañía, especialmente para quienes son padres o planean serlo, es la conveniencia de inculcar en los hijos el interés por aprender una segunda, tercera o incluso cuarta lengua. La evidencia acumulada en esta rama de la investigación sugiere que el aprendizaje en edades tempranas, cuando la neuroplasticidad del cerebro es máxima, constituye la vía más segura para derivar estos beneficios a lo largo de la vida. No se trata sólo de facilidad para adquirir acentos o profundizar en el vocabulario, sino de moldear, desde temprano, sistemas cognitivos más flexibles y resilientes.
Ahora bien, para quienes ya han alcanzado la adultez y desean perseguir esta misma causa, el panorama no tiene por qué ser desalentador. El propio estudio muestra que el uso activo de lenguas adicionales en etapas posteriores de la vida también se asocia con efectos protectores. En este contexto, la clave suele estar en integrar el aprendizaje en la rutina diaria de forma sostenible. Espacios breve,s pero frecuentes, de contacto con la lengua permiten mantener la continuidad sin exigir reorganizaciones drásticas del tiempo, que rara vez se sostienen en el largo plazo. Aquí es donde aplicaciones como DuoLingo (muy utilizada y recomendada por Daniel), pueden hacer maravillas.
Un segundo elemento importante es priorizar el uso activo del idioma por encima de una preparación excesivamente pasiva. Leer y escuchar son componentes necesarios, pero insuficientes. Hablar y escribir, incluso con errores, obliga a consolidar estructuras, recuperar información y resolver problemas comunicativos reales. En la adultez, posponer este paso hasta “sentirse preparado” suele ser una de las principales barreras para apropiarse de la nueva lengua.
Finalmente, el aprendizaje tiende a ser más duradero cuando se ancla a contextos con significado personal y social. Utilizar la lengua para interactuar con otras personas, para acceder a contenidos que ya resultan valiosos o para desenvolverse en entornos relevantes incrementa la motivación y reduce la probabilidad de abandono. De este modo, el idioma deja de ser un objetivo abstracto y pasa a convertirse en una herramienta viva, integrada en la experiencia cotidiana.
Epílogo: Invertir en capacidades para vivir mejor
La evidencia que hemos revisado en esta entrada sugiere que aprender y utilizar más de una lengua puede convertirse en una de esas inversiones silenciosas, que se componen poderosamente en el tiempo para rendir grandes frutos después de años o décadas… y lo mejor: a un costo particularmente bajo.
Quizás el mensaje más destacable de este cuerpo de investigación es reforzarnos que la longevidad no depende únicamente de minimizar riesgos, sino también de cultivar capacidades. Dormir bien, moverse más o alimentarse mejor son pilares irrenunciables, pero no agotan la conversación. Actividades que nos exigen atención, esfuerzo sostenido y apertura al otro, como aprender un idioma, parecen moldear trayectorias de vida más robustas y llenas de agencia.
En última instancia, aprender una lengua no es sólo adquirir una habilidad instrumental. Es una forma de ampliar el mundo que habitamos, de exponernos a nuevas perspectivas y de mantener viva la curiosidad. Si además de todo eso, contribuye a una vida más larga y de mejor calidad, quizá valga la pena tomárselo un poco más en serio.
Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.
Un abrazo,
Carlos
*Esta entrada hace parte de nuestro pilar sobre salud y nutrición y está basada en múltiples artículos académicos, así como en escritos, podcasts y libros de, entre otros, los doctores Eric Topol, Matthew Walker y Andrew Huberman.
**Advertencia: el contenido aquí proporcionado tiene únicamente propósitos informativos. Esta entrada no pretende reemplazar el consejo médico profesional, el proceso de diagnóstico o el tratamiento de ninguna enfermedad. Los invitamos a consultar la opinión de sus médicos antes de tomar cualquier decisión sobre su salud.
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