Obesidad, sobrepeso y medicamentos para gestionarlos
Del estigma a la solución: una mirada científica al exceso de peso y a los recientes desarrollos farmacológicos para tratarlo
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La entrada:
Hemos dedicado múltiples entradas a entender cómo las enfermedades crónicas —aterosclerosis, diabetes tipo 2, demencia, Alzheimer y cáncer, entre otras— son la mayor amenaza a una vida longeva, especialmente si viven en Occidente y si los sistemas de saneamiento y salud a los que tienen acceso son decorosos para los estándares del siglo XXI.
Y al respecto, hay un denominador común que amplifica el riesgo de casi todas estas patologías no transmisibles: el exceso de peso corporal. Su impacto sobre la salud es tal que la misma Organización Mundial de la Salud la ha catalogado como una epidemia global con efectos notables en la expectativa y calidad de vida de cientos de millones de personas.
Aquí quiero hacer una aclaración muy importante: el sobrepeso y la obesidad, en sí mismos, no son condición necesaria o suficiente de enfermedad(es). Hay individuos con obesidad que tienen biomarcadores metabólicos normales, así como personas con un peso considerado “saludable” que presentan marcadores de inflamación crónica y disfunción metabólica. Sin embargo, desde un punto de vista probabilístico, el exceso de grasa corporal inclina la balanza en contra de la longevidad y aumenta significativamente la probabilidad de desarrollar enfermedades crónicas debilitantes. Esa es la crux del asunto.
Partiendo de este entendimiento, lo primero que hay que decir es que en una entrada anterior exploramos las estrategias a nuestra disposición para gestionar el peso desde la nutrición y el ejercicio—los invito a leerla o repasarla. Y aunque un estilo de vida activo y una alimentación adecuada siguen siendo las mejores herramientas preventivas, la realidad es que muchas personas encuentran grandes dificultades para perder peso exclusivamente con estos métodos. Es ahí donde las intervenciones médicas juegan un papel clave.
Por eso hoy nos enfocaremos en las terapias farmacológicas más prometedoras para tratar la obesidad y el sobrepeso (dejaremos las quirúrgicas, como la cirugía bariátrica, para otra ocasión). Analizaremos su impacto, sus mecanismos de acción y las razones por las que pueden considerarse como una de las mayores revoluciones en salud pública de nuestra era.
Definiendo sobrepeso y obesidad
El índice de masa corporal (IMC) sigue siendo el método estándar en medicina para categorizar el peso corporal: pueden calcular el suyo aquí o aquí. Aunque tiene limitaciones, como no distinguir entre masa muscular y grasa, sigue siendo un predictor confiable de riesgo a nivel poblacional.
En concreto, las categorías para adultos establecidas por las guías clínicas son:
Sobrepeso: IMC entre 25.0 y 29.9 kg/m².
Obesidad grado 1: IMC entre 30.0 y 34.9 kg/m².
Obesidad grado 2: IMC entre 35.0 y 39.9 kg/m².
Obesidad grado 3 (mórbida o extrema): IMC ≥ 40 kg/m².
En niños y adolescentes, la obesidad se define con base en percentiles ajustados por edad y sexo, considerándose obesidad cuando el IMC está por encima del percentil 95.
El exceso de peso y su impacto en la salud
Sin perjuicio de las definiciones, como ya lo decía, desde una perspectiva estrictamente biomédica, el sobrepeso y la obesidad no son enfermedades per se. No hay un umbral específico de masa corporal a partir del cual el organismo colapse, ni un mecanismo único mediante el cual el exceso de peso detone problemas de salud. Sin embargo, el problema radica en lo que la obesidad suele traer consigo: una cascada de alteraciones metabólicas, mecánicas e inflamatorias que aumentan exponencialmente el riesgo de padecer enfermedades crónicas.
La gran mayoría de personas con un IMC superior a 30 kg/m² presentan, en algún punto de su vida, disrupciones en el metabolismo de la glucosa, resistencia a la insulina, hipertensión arterial o perfiles lipídicos alterados.
Las enfermedades cardiovasculares son quizás el vínculo más documentado. Un metaanálisis de estudios de aleatorización mendeliana, el estándar de oro en materia de investigación clínica, encontró que por cada 5 kg/m² adicionales de IMC, el riesgo de enfermedad coronaria aumenta en un 20%, mientras que la probabilidad de desarrollar hipertensión arterial se incrementa en un 49%. Incluso entre individuos con un metabolismo sano, la obesidad sigue siendo un predictor independiente de insuficiencia cardíaca y aterosclerosis.
El impacto sobre el metabolismo de la glucosa es igual de preocupante. La obesidad es el principal factor de riesgo modificable para la diabetes tipo 2, y los estudios genéticos han confirmado una relación causal directa. En efecto, un análisis de aleatorización mendeliana encontró que el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2 prácticamente se duplica con cada incremento de una desviación estándar en el IMC.
A esto se suman los efectos sobre la salud musculoesquelética y respiratoria. La carga mecánica adicional del exceso de peso predispone a la osteoartritis, especialmente en articulaciones de carga como las rodillas y las caderas. Asimismo, la acumulación de grasa en la región torácica y abdominal compromete la función pulmonar, exacerbando cuadros de apnea obstructiva del sueño (ronquidos).
Finalmente, está la cuestión del hígado. La obesidad es el principal determinante de la enfermedad del hígado graso no alcohólico (NAFLD, por sus siglas en inglés), una condición que, en sus fases avanzadas, puede evolucionar hacia inflamación crónica (NASH), fibrosis hepática y, en última instancia, insuficiencia hepática.
Aunque no todas las personas con obesidad desarrollarán estas enfermedades, la probabilidad de que esto ocurra es significativamente mayor en comparación con aquellas que mantienen un peso dentro de rangos normales. En términos probabilísticos, minimizar la exposición a este riesgo debería ser una prioridad para cualquiera que aspire a una vida longeva.
Y dejando a un lado nutrición y el estilo de vida, entren aquí las intervenciones farmacológicas.
La nueva generación de fármacos para tratar la obesidad
Durante décadas, el tratamiento farmacológico de la obesidad fue visto con escepticismo, en gran medida porque las opciones disponibles ofrecían beneficios marginales y estaban plagadas de efectos adversos. Fármacos como la fentermina, la sibutramina y el orlistat tenían perfiles de seguridad cuestionables y, en el mejor de los casos, lograban una reducción modesta del peso corporal.
Eso cambió radicalmente con la llegada de los agonistas de las denominadas incretinas y, en concreto, del receptor GLP-1 (glucagon-like peptide-1 en inglés), una clase de fármacos originalmente diseñados para tratar la diabetes tipo 2, pero que han demostrado ser una de las herramientas más efectivas para la pérdida de peso sostenida. Entre ellos, la semaglutida (comercializada como Wegovy y, más popularmente, Ozempic) y la tirzepatida (Mounjaro) han logrado resultados sin precedentes en ensayos clínicos de gran escala.
Estos medicamentos actúan principalmente sobre el sistema nervioso central, modulando el hipotálamo para inducir saciedad y reducir el apetito. Además, retrasan el vaciamiento gástrico, lo que amplifica la sensación de plenitud tras las comidas. En otras palabras, apelan al lado de la ingesta en la ecuación del balance energético. A nivel metabólico, mejoran la sensibilidad a la insulina y promueven una redistribución favorable de la grasa corporal.
Y la evidencia empírica los respalda de manera contundente. En el ensayo clínico STEP-3, los participantes tratados con semaglutida experimentaron una reducción promedio del 16% de su peso corporal en un periodo de 68 semanas. Más aún, la tirzepatida logró una pérdida de hasta 19.5% del peso inicial en 72 semanas.
Estos resultados representan un cambio de paradigma notable, pues se acercan a los beneficios obtenidos con cirugías bariátricas, pero sin los riesgos asociados a la mesa quirúrgica.
Quizás más importante que la reducción de peso es el hecho de que la caída en la incidencia de los factores de riesgo en salud es igual o más pronunciada.
En individuos con prediabetes, la administración de tirzepatida redujo la progresión a diabetes tipo 2 en un 93% en menos de dos años. En pacientes con hígado graso, se observó una reducción del 86% en la grasa hepática y una mejora significativa en los marcadores de fibrosis. Incluso en personas con osteoartritis, la reducción de peso inducida por estos fármacos se tradujo en una disminución sustancial del dolor articular.
Efectos secundarios y consideraciones
Ahora, como cualquier intervención médica, estos tratamientos por supuesto que no están exentos de efectos secundarios. Los más comunes incluyen malestar gastrointestinal, como náuseas, vómitos y diarrea, aunque suelen disminuir con el tiempo.
Sin embargo, quizás el punto más crítico tiene que ver con la pérdida de masa muscular, que en algunos casos ha representado hasta el 40% de la reducción total de peso.
La buena noticia es que este es un riesgo que debería ser relativamente fácil de mitigar a través de estrategias que hemos cubierto a profundidad en otras entradas:
Entrenamiento de fuerza para preservar y fortalecer la masa muscular.
Adecuado consumo de proteína para evitar la degradación muscular.
Supervisión médica para monitorear los progresos y ajustar la dosis en función de la respuesta del paciente.
Epílogo: Entre la prevención y la intervención
El mensaje central sigue siendo el mismo: una dieta balanceada y un estilo de vida físicamente activo son las mejores estrategias para gestionar el peso y promover la longevidad. No obstante, en un mundo en el que la obesidad se ha convertido en un problema de salud pública, ignorar el impacto positivo de las intervenciones clínicas sería un error garrafal.
Algunos argumentarán que estos fármacos son un “camino fácil”, que podrían fomentar la complacencia y un estilo de vida sedentario. Pero la realidad es que, desde una perspectiva individual y colectiva, el verdadero problema no es que más personas accedan a estos tratamientos, sino que se normalice el sobrepeso y la obesidad como estados fisiológicos inocuos. Así que la invitación es a que trabajemos por eliminar la estigmatización y presión social y seamos más receptivos con estas alternativas que, hasta ahora, han probado ser increíblemente costo-efectivas.
Por último, no sobra enfatizar que cualquier decisión sobre estos tratamientos debe tomarse bajo la guía de un profesional de la salud. La información es poder, y el propósito de esta entrada es simplemente el de aportar herramientas que les ayuden a tomar decisiones informadas sobre su bienestar; no el de pretender tener la respuesta a uno u otro problema.
Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.
Un abrazo,
Carlos
*Esta entrada hace parte de nuestro pilar sobre salud y nutrición y está basada en múltiples artículos académicos, así como en escritos, podcasts y libros de, entre otros, los doctores Peter Attia, Layne Norton y Andrew Huberman.
**Advertencia: el contenido aquí proporcionado tiene únicamente propósitos informativos. Esta entrada no pretende reemplazar el consejo médico profesional, el proceso de diagnóstico o el tratamiento de ninguna enfermedad. Los invitamos a consultar la opinión de sus médicos antes de tomar cualquier decisión sobre su salud.