¿Teléfonos inteligentes, mentes torpes?
Evidencia científica y reflexiones sobre el impacto de los celulares en nuestra capacidad cognitiva

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La entrada:
Quiero empezar esta entrada enfatizando en que no soy un ludita o un tecnopesimista. Por el contrario, creo (creemos, con Daniel) en la increíble capacidad humana para utilizar la tecnología que ha desarrollado al servicio de su bienestar general. Las revoluciones agrícolas, industriales y médicas son todas muestras fehacientes de esto. Si bien hay costos de transición no despreciables para algunos segmentos de la población al inicio, en el mediano y largo plazo, los desplazamientos de la frontera tecnológica tienden a mejorar a la sociedad como un todo. Y es por eso, entre otras, que soy partidario de abrazar nuevos desarrollos, como el de la inteligencia artificial, sobre la cual hemos escrito ya múltiples entradas.
Sin embargo, tampoco soy un ingenuo. Soy consciente de que, conforme la frontera del conocimiento se desacopla de los límites de nuestra intuición—soportándose sobre el entendimiento de conceptos que desafían la lógica humana, como los que subyacen a la mecánica cuántica y a la física de partículas, por ejemplo—, más se acentúan los riesgos de que la tecnología derive en consecuencias negativas para quienes la usan. Tal es el caso de los dispositivos electrónicos del siglo XXI y, en concreto, de los denominados teléfonos inteligentes.
Por un lado, han servido como poderosos habilitadores del esparcimiento de información entre segmentos de la población para los que otrora hubiera sido impensable. Cualquiera con un teléfono inteligente (que a hoy son relativamente asequibles y ubicuos en Occidente) tiene en la palma de su mano acceso al conocimiento como el que le darían todas las librerías del mundo. El reto es cómo depurar y canalizar positivamente ese poder.
Por otro lado, está el factor de comunicación. Herramientas como estas han tendido puentes entre personas y culturas enteras, reduciendo los grados de separación promedio de 6 a 3,5. En otras palabras, gracias a las redes sociales sustentadas en los teléfonos inteligentes, hoy una persona promedio está a 3,5 conocidos de cualquier otra persona en la Tierra. No deja de ser fascinante. Relaciones a distancia, amistades que resisten la separación geográfica, familias unidas a través de cámaras web, noticias transmitidas en tiempo real desde y hacia cualquier lugar, en fin. Son innumerables los beneficios desde esta arista también... pero, así mismo, los riesgos individuales y colectivos.
Por ejemplo, ese motor de difusión de la información puede muy fácilmente reacondicionarse para esparcir con igual o más voracidad la llamada desinformación. Puede convertirse en un vehículo de polarización, tribalismo y división social. Tiene el potencial para erosionar los pilares sobre los que se cimentan las instituciones liberales, democráticas y republicanas que propiciaron las revoluciones tecnológicas que le dieron vida a estos mismos dispositivos y plataformas.
También hemos comentado sobre cómo esas herramientas de comunicación masiva han afectado negativamente la salud mental y emocional de generaciones enteras, incubando lo que la OMS ha catalogado como una epidemia de soledad a nivel mundial. Incrementos en las tasas de ansiedad, depresión y suicidio, especialmente entre los más jóvenes, parecieran ir de la mano con el apogeo en el uso de los teléfonos inteligentes y, concretamente, de las redes sociales.
Así, salvo por un análisis sesudo y acciones deliberadas, en un entorno digital que está cada vez más calibrado para predar a las regiones más primitivas y débiles de nuestro cerebro—léase sistema dopaminérgico—, las probabilidades de que la balanza del costo-beneficio en el uso de estos dispositivos se decante en favor de los costos dominan.
Y al respecto, hoy quiero justamente compartir con ustedes otro elemento a considerar en ese conjunto de riesgos asociados a los dispositivos electrónicos y, nuevamente, a los teléfonos inteligentes en particular: su impacto sobre nuestra capacidad cognitiva.
Teléfonos inteligentes y capacidad cognitiva
Hace un par de semanas, el Financial Times, probablemente el mejor medio de comunicación escrita del mundo, publicó un artículo de John Burn-Murdoch que ha generado gran revuelo. El periodista recopila evidencia que sugiere un preocupante declive en las habilidades cognitivas de la población de países desarrollados, coincidiendo de manera inquietante con el auge de los teléfonos inteligentes y las redes sociales, alrededor de 2012.

Y lo más inquietante es que este declive no es exclusivo de Estados Unidos. Es un fenómeno global. Países como el Reino Unido, Canadá y Australia muestran patrones similares, lo que sugiere que el impacto de estos dispositivos trasciende fronteras y culturas.
Y no es difícil desenmarañar los mecanismos que detrás de este fenómeno: como ya lo comentaba, los teléfonos inteligentes, potenciados por las redes sociales, pueden ser máquinas de distracción. Bombardean constantemente nuestra mente con notificaciones, fragmentos de información irrelevante y una infinidad de estímulos que fragmentan nuestra capacidad de concentración. Vivimos en un estado de atención parcial continua, saltando de una tarea a otra, sin profundidad ni enfoque real.
En efecto, un estudio mostró que el uso intensivo de smartphones reduce la capacidad de introspección y reflexión profunda, entrenando al cerebro para preferir respuestas rápidas y superficiales sobre procesos cognitivos más elaborados.
Llevado a las etapas de formación, hay investigaciones longitudinales que empiezan a documentar cómo el uso compulsivo de dispositivos electrónicos puede afectar negativamente el desarrollo cognitivo en niños y adolescentes, reduciendo su capacidad para retener información, analizar problemas complejos y mantener la atención durante períodos prolongados.
Y lo más alarmante es que ni siquiera es necesario estar usando el teléfono para que su impacto se haga sentir. Estudios recientes han demostrado que simplemente tener el teléfono cerca—aunque esté apagado—puede reducir nuestra capacidad de concentración y nuestro rendimiento cognitivo. Nuestro cerebro dedica parte de su capacidad de procesamiento a inhibir el deseo de revisar el teléfono, lo que consume recursos cognitivos que, de otro modo, estarían disponibles para las tareas en cuestión.
Un experimento seminal encontró que la mera presencia de un teléfono inteligente en la misma habitación disminuye significativamente el rendimiento en tareas cognitivas complejas. Los participantes que tenían su teléfono visible, aunque estuviera apagado, obtuvieron calificaciones significativamente inferiores en pruebas de memoria, atención y resolución de problemas en comparación con aquellos cuyos teléfonos estaban en otra habitación.
La “demencia digital”: cuando la mente vive en piloto automático
Estos hechos estilizados ya están tan bien documentados que incluso tienen un nombre: “demencia digital”. El término, acuñado por el neurocientífico alemán Manfred Spitzer, describe la combinación de olvidos, falta de concentración y fatiga mental crónica derivada del uso excesivo de la tecnología. Cuando nuestro cerebro está constantemente obligado a cambiar de tarea —o a dividir su atención entre múltiples estímulos—, su capacidad para enfocarse y procesar información de manera profunda se deteriora.
Uno de los mecanismos clave detrás de este deterioro es la ilusión del multitasking, sobre la que hemos hablado en entradas previas. A pesar de que muchos consideran que pueden hacer varias cosas a la vez —responder un correo mientras revisan redes sociales y atienden un mensaje de WhatsApp—, la evidencia es contundente: el cerebro humano no está diseñado para el multitasking.
Lo que realmente ocurre es que nuestro cerebro “cambia de tarea” rápidamente entre diferentes actividades, lo que genera un “costo de cambio” que ralentiza nuestro procesamiento cognitivo. Otro estudio seminal en el campo de la psicología demostró que cambiar constantemente de una tarea a otra puede reducir hasta en un 40% la eficiencia cognitiva y aumentar significativamente la probabilidad de errores. Esta “carga cognitiva” constante agota nuestros recursos mentales, dejándonos con una menor capacidad para realizar tareas complejas y, peor aún, entrenando a nuestro cerebro para fragmentar su atención constantemente.
Y ni hablar de la forma en que las aplicaciones de los teléfonos inteligentes, y especialmente las redes sociales, están diseñadas milimétricamente para maximizar su capacidad para capturar nuestro sistema dopaminérgico. En otras palabras, son refinadas para generar dependencias, y hasta adicciones, en donde la prioridad es la prolongación de la gratificación instantánea, en detrimento de la profundidad y la moderación.
Epílogo: Mitigando los riesgos y minimizando los costos
De nuevo, quiero enfatizar que no soy un ludita ni un tecnopesimista. Estoy convencido de que los teléfonos inteligentes, utilizados de manera consciente, pueden ser herramientas extraordinarias para mejorar nuestra calidad de vida, conectar con quienes nos importan y ser un vehículo de aprendizaje y crecimiento casi que sin fronteras. Pero también creo que un uso sin control, sin intención ni límites, puede socavar nuestra salud mental, erosionar nuestra capacidad cognitiva y alejarnos de una vida plena.
La clave, como tantas veces lo hemos discutido en Crecimiento Consciente, radica en encontrar el balance adecuado. Establecer límites deliberados al uso del teléfono, programar momentos específicos para revisar redes sociales y correos electrónicos, y cultivar hábitos de atención plena pueden ayudarnos a mitigar estos riesgos. La tecnología es una herramienta; depende de nosotros decidir si la usamos para potenciar nuestro crecimiento o si permitimos que nos reduzca a meros consumidores de distracciones.
Al final del día, la atención (el tiempo) es nuestro recurso más valioso, y protegerla es una de las decisiones más importantes que podemos tomar para preservar nuestra capacidad de pensar, crear y vivir con propósito.
Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.
Un abrazo,
Carlos
*Esta entrada hace parte de nuestros pilares de inteligencia emocional y emprendimiento y liderazgo y está basada en múltiples artículos académicos, libros, conferencias y videos de los profesores y pensadores Jonathan Haidt, Greg Lukianoff y Sam Harris, entre otros.
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