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La crisis de la democracia y el apogeo del populismo

Sobre el porqué del aparente declive de las tesis democráticas a nivel mundial y un recetario para revertir la situación en los próximos años
Imagen elaborada con el modelo Dall-E de OpenAI.

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La entrada:

Los más recientes resultados electorales en países como Estados Unidos, considerado la meca del modelo republicano-democrático y del Estado de derecho en Occidente, nos han embargado de frustración, desconsuelo y desesperanza, al menos a quienes nos consideramos abanderados de estas doctrinas políticas, y especialmente, de este conjunto de valores y principios.

El ascenso de partidos populistas e iliberales, como el de MAGA en Estados Unidos, Alternativa para Alemania o el Frente Nacional en Francia, aunado a la transformación de los sistemas políticos en Occidente y Oriente, parecen apuntar hacia una misma dirección: el debilitamiento de la democracia en favor del autoritarismo. En Occidente, esta erosión se manifiesta de una manera más light, presentable si se quiere, en la forma de un autoritarismo ligero, usualmente impulsado bajo la égida de discursos populistas y demagógicos.

La población mundial vive mayoritariamente en regímenes que no pueden clasificarse como democráticos. Fuente: Democracy Index 2023 - The Economist Intelligence Unit.

La división de inteligencia de la revista The Economist revela que actualmente, por pimera vez desde que hace seguimiento a este tema, la vida de más seres humanos en la Tierra está enmarcada por regímenes con corte autoritario que democrático. De hecho, sólo el 8% de la población mundial vive en un entorno de “democracia plena”.

Y ante esta insoslayable realidad, es apenas natural preguntarse por qué y cómo llegamos a este punto, en qué le falló la democracia a tanta gente y, más aún, cómo deberíamos actuar hacia adelante para reversar esta tendencia.

Los problemas de la democracia

Son varias voces notables las que atribuyen el declive reciente de la democracia, preponderantemente, a choques exógenos adversos —como la pandemia del Covid-19 y el período de mayor inflación generalizada que la sucedió—, o al supuesto racismo, sexismo y/o xenofobia de algunos electores. Sin embargo, si el propósito es revertir esta tendencia, es menester que los demócratas, en el sentido amplio de la palabra, adoptemos una actitud autocrítica y reflexionemos sobre los problemas, coyunturales y estructurales, del modelo democrático moderno.

Desde hace varias décadas, el filósofo y profesor de la Universidad de Harvard Michael Sandel, en su libro Democracy's Discontent (algo así como “El malestar de la democracia”), ha apuntado a dos problemas fundamentales. Primero, muchas personas sienten que su voz no cuenta, que el sistema está "arreglado" y que, por lo tanto, no tienen agencia real sobre su destino. Esta sensación de impotencia alimenta el descontento y hace que el populismo resulte atractivo para los electores. En segundo lugar, Sandel argumenta que el tejido moral de las comunidades se ha visto debilitado, creando un vacío de pertenencia y solidaridad, y abriendo las puertas a la polarización y el tribalismo.

A esta crisis de confianza y pertenencia se suma la percepción de que el sistema democrático ha servido para enriquecer a unos pocos a expensas de la gran mayoría… y las cifras de desigualdad de la riqueza y de los ingresos bien podrían interpretarse en esa dirección (el tema es mucho más complejo y amerita una entrada en sí misma).

Por su parte, Ben Ansell, profesor de la Universidad de Oxford, en su obra Why Politics Fails (“Por qué fracasa la política”), señala que uno de los principales problemas de las democracias altamente polarizadas, como las de hoy, es la falta de "consentimiento de los perdedores": los derrotados no siempre aceptan su derrota, y los ganadores, al actuar como si no necesitaran el consentimiento de los perdedores, terminan agravando las tensiones. Esta falta de aceptación y respeto mutuo deteriora el sistema democrático y abre la puerta al autoritarismo.

También es importante que nos cuestionemos sobre cómo abordar problemas más relativos a la esencia de la democracia, como los que plantea el profesor de la Universidad de Georgetown, Jason Brennan, en obras como Against Democracy (“En contra de la democracia”). En primer lugar, sostiene que la mayoría de los votantes no están bien informados ni motivados para entender las cuestiones políticas a profundidad. Argumenta que los votantes suelen basarse en prejuicios, creencias infundadas y emociones, más que en el análisis racional y el conocimiento objetivo. Esta falta de conocimiento e interés genuino hace que la calidad de las decisiones políticas tomadas en democracia sea baja, ya que no siempre responden a un análisis de lo que es mejor para la sociedad en general, sino más bien a impulsos superficiales y desinformados —y que han tendido a agravarse con las redes sociales.

A esto hay que sumarle que, según Brennan, la democracia fomenta un ambiente en el que la gente vota sin tener que rendir cuentas por las consecuencias de sus elecciones. Esto significa que los votantes no tienen incentivos para investigar a fondo los temas, y como resultado, las decisiones electorales tienden a ser arbitrarias e incluso dañinas. Para Brennan, la democracia no logra cumplir con el ideal de tomar decisiones en beneficio de todos, precisamente porque depende de una ciudadanía que, en su mayoría, carece del conocimiento y la disposición para actuar de manera responsable e informada.

O los demócratas buscamos la manera de corregir el sistema para atender parte de estos problemas, o estamos abocados a ser testigos de cómo los populistas los siguen explotando para impulsar sus agendas personalistas.

La receta del autoritarismo moderno

La receta del autoritarismo moderno ha cambiado drásticamente en comparación con lo que fue hace apenas algunas décadas, especialmente en nuestra región.

Ya no pasa por pomposos golpes militares ni revoluciones insurgentes. No. El nuevo autoritarismo llega por vías más discretas, la mayoría de las veces incluso aparenta estar revestido de legitimidad democrática. En lugar de botas militares y armas al aire, el autoritarismo moderno emerge bajo la fachada de un discurso de reivindicación: se presenta como la voz de los marginados y olvidados, los trabajadores industriales en declive de Estados Unidos y Europa, las comunidades rurales en América Latina, los sectores olvidados de la India o los obreros de Corea del Sur.

Esta narrativa es hábilmente diseñada para capitalizar sobre el resentimiento y la frustración, para enfrentar a unos contra otros. Es un discurso populista y demagógico —en la acepción más clásica de la palabra, en cuanto que genera división— que se alimenta de la polarización y que con frecuencia apela al sensacionalismo, la xenofobia, el racismo y el sexismo, sembrando el terreno del descontento con una clara intención: cosechar poder.

Y, una vez alcanzado el poder, emplea la misma maquinaria institucional que le permitió llegar allí para debilitar, gradual y casi que imperceptiblemente, los elementos que pensadores como Tocqueville y Monstesquieu diseñaron hace más de dos siglos para contener el surgimiento y consolidación de este tipo de figuras: la independencia del poder judicial, la fiscalización de organismos independientes, la prensa crítica, la autonomía universitaria. Todo aquello que constituye un contrapeso al control del ejecutivo es visto como un obstáculo a eliminar.

Y, una vez que los espacios de escrutinio han sido debilitados, el último paso consiste en manipular el proceso electoral, de modo que la mera apariencia de democracia se transforme en una herramienta para garantizar su perpetuación en el poder —para la muestra, Orban en Hungría o Maduro en Venezuela. Cuando se ha llegado a ese punto, suele ser demasiado tarde.

La historia nos enseña que la mejor manera de enfrentar al populismo es derrotarlo en las urnas, mientras estas sigan siendo justas y libres. Pero la crux del asunto es: ¿cómo lograrlo?

Un plan de acción para derrotar al populismo

Ya decíamos que el primer y más importante paso en la senda de la reivindación de las instituciones democráticas tiene que pasar por un proceso profundo de autocrítica y reforma del sistema para atender los males de los que adolece.

Sin embargo, dado que este es un cambio estuctural que tomará años, en el entretiempo, la tarea mediata es la de contrarrestar el avance del populismo, para lo cual se debe partir de su lógica y estructura.

Según el politólogo griego Takis Pappas, el populismo exhibe cuatro características interrelacionadas: (i) liderazgo carismático; (ii) una estrategia de polarización política constante; (iii) esfuerzos por tomar el control del Estado y "emasculación" de las instituciones liberales; y (iv) el uso sistemático del clientelismo para recompensar a los seguidores y marginar a la oposición.

Y partiendo de este entendido, el profesor Larry Diamond ha esbozado un plan de acción muy elocuente para contener el ascenso del populismo y preservar la democracia:

  1. No tratar de superar al "polarizador en jefe": Intentar polarizar más que un líder populista es un error. Al entrar en su terreno, se juega bajo sus reglas, en donde tiene la ventaja. Por el contrario, la respuesta debe centrarse en ofrecer una alternativa basada en principios democráticos y en el respeto por el adversario; en la conciliación y la busqueda de puntos en común.

  2. Adoptar una estrategia electoral inclusiva: En lugar de descalificar a los simpatizantes del proyecto populista, encasillándolos como sexistas, ignorantes, retrógradas y demás, la solución radica en apelar a sus intereses y valores, demostrando que sus preocupaciones son legítimas y pueden ser atendidas.

  3. Evitar la retórica de destrucción personal: Los insultos y la retórica agresiva sólo refuerzan la narrativa del populista. En lugar de descender al nivel del ataque personal, es fundamental mantener un discurso firme, pero respetuoso. Mostrar respeto a los votantes del populista es clave para no alienar a quienes podrían reconsiderar su apoyo.

  4. Mostrar humildad, empatía e incluso “amor”: Para neutralizar la política del resentimiento del populismo, es esencial conectar emocionalmente con los ciudadanos. En Turquía, la estrategia del "amor radical" fue efectiva para derrotar al populismo. No se trata de explotar las emociones negativas, sino de entender las preocupaciones de los marginados y olvidados por el sistema y pavimentar un camino mejor y más solidario.

  5. Centrarse en una campaña basada en temas concretos: En lugar de limitarse a atacar al populista, es crucial ofrecer propuestas concretas y formular políticas que resuelvan los problemas reales. Ofrecer alternativas políticas claras y viables es esencial para atraer a seguidores del populista.

  6. No dejar que el populista secuestre el nacionalismo: La democracia necesita un sentido de pertenencia común. Los demócratas deben ofrecer una versión de patriotismo inclusiva y basada en valores democráticos. El punto no es rechazar acuerdos internacionales o la inmigración, sino mostrar que el verdadero patriotismo se alinea con la libertad, la justicia y el Estado de derecho.

  7. Ofrecer esperanza y una visión optimista del futuro: El populismo suele apelar a la nostalgia y a la promesa de un regreso a un pasado idealizado. La respuesta democrática debe mirar hacia adelante, ofreciendo una visión del futuro que inspire y motive. Como decía Richard Nixon, se trata de ofrecer "el impulso de un sueño en marcha"; una visión que muestre un camino positivo hacia adelante.

  8. No ser aburrido: Los populistas dominan el espacio mediático con estrategias de "infotainment". Los demócratas no necesitan recurrir a la desinformación, pero sí deben encontrar formas creativas y apasionantes de comunicar su mensaje. En una era saturada de información, es esencial comunicar con pasión, inspiración y convicción.

Epílogo: Preservar la democracia

Con todo y sus falencias, sus oportunidades de mejora, sigo siendo un convencido de que la democracia, como decía Churchill, "es la peor forma de gobierno, con excepción de todas las demás que se han probado hasta ahora".

No sólo porque, como lo demostraron los flamantes Premios Nobel de Economía, Daron Acemoglu y James Robinson, la democracia —y el tejido de instituciones inclusivas que suelen acompañarla— es un motor de crecimiento económico y de prosperidad en el largo plazo, sino porque espacios como Crecimiento Consciente no serían posibles de no ser por los valores democráticos y liberales incrustados en nuestro contrato social.

Sí: es un sistema imperfecto que requiere constantemente de autocrítica y reflexión, pero es también de los pocos sistemas que cuenta con los mecanismos necesarios para corregirse, para atender sus problemas y mejorar día a día.

En ese sentido, la respuesta a los desafíos actuales no puede ser la polarización, la estigmatización del otro o la búsqueda de venganza electoral. La verdadera respuesta debe venir de la empatía, la introspección y la construcción de puentes; del diálogo y la concertación.

Hoy, las palabras de Joe Biden resuenan tan fuerte como lo hacían hace cien años: "Preservar la democracia es el desafío definitivo de nuestra era". Para lograrlo, necesitamos acordar una visión de futuro basada en la solidaridad, el respeto, la legitimación de los dolores del otro y la búsqueda de un bien común que sea inclusivo. Sólo así podremos mantener viva la promesa de Tocqueville, Locke, Monstesquieu y tantos otros, y preservar lo que significa vivir en una verdadera democracia.

Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.

Un abrazo,

Carlos


Por si te los perdiste… o quieres refrescar la memoria

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