7 formas de prevenir la demencia
Primera entrega de una serie que cubre los principales hallazgos de un recientemente publicado reporte científico sobre esta enfermedad neurodegenerativa
Crecimiento en breve:
La demencia es una de las mayores amenazas para nuestra longevidad, especialmente en su dimensión de calidad de vida, y la prevención es la herramienta más eficaz que tenemos ante las limitaciones clínicas en su tratamiento.
El reciente reporte de la Comisión de The Lancet sobre la demencia identifica catorce factores de riesgo que, si se gestionan adecuadamente, podrían disminuir significativamente el riesgo de desarrollar esta enfermedad.
Los siete factores discutidos en esta entrada —educación, pérdida auditiva, depresión, lesiones cerebrales traumáticas, tabaquismo, colesterol LDL elevado e inactividad física— ofrecen oportunidades concretas para reducir el riesgo de desarrollar demencia a lo largo de nuestra vida.
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Esta entrada hace parte de nuestra serie sobre salud y nutrición y está basada en el artículo académico Dementia prevention, intervention, and care: 2024 report of the Lancet standing Commission.
Advertencia: queremos enfatizar que el contenido aquí proporcionado tiene únicamente propósitos informativos. Esta entrada no pretende reemplazar el consejo médico profesional, el proceso de diagnóstico o el tratamiento de ninguna enfermedad. Los invitamos a consultar y contrastar la información aquí presentada con la opinión de sus médicos antes de tomar cualquier decisión sobre su salud.
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Ahora sí, a lo que vinimos:
Uno de los pilares teleológicos de Crecimiento Consciente es el de la búsqueda de la longevidad, no tanto en su dimensión de aumentar la cantidad de años vividos, como en la de vivir cada uno de ellos con el pleno uso de nuestras facultades físicas, emocionales y cognitivas. Lo que buscamos es calidad, no sólo cantidad.
Hemos señalado repetidamente cómo los principales obstáculos para lograr este objetivo en nuestro entorno moderno son las enfermedades crónicas no transmisibles, como las cardiovasculares, el cáncer, las enfermedades metabólicas (diabetes, disfunciones hepáticas y renales) y las neurodegenerativas, encontrándose en esta categoría el Parkinson, el Alzheimer y la demencia, y siendo esta última la que nos ocupará en esta serie de dos entradas.
Partiendo de este entendido, debo admitir que, de todas las enfermedades mencionadas, el cáncer es probablemente la que más aprensión me evoca desde una perspectiva de dolor físico e incapacitamiento. Sin embargo, entre más presencio, de primera mano, los efectos de las enfermedades neurodegenerativas, más claro tengo que son a estas a las que más temo… y quiero evitar a toda costa.
Para mí, que encuentro propósito en la búsqueda del conocimiento, la duda metódica, el debate y la escritura, el simple hecho de imaginarme en una situación en la que pierda la capacidad de realizar estas actividades me resulta devastador. Y ni hablar del potencial dolor de ir perdiendo, paulatinamente, la capacidad de reconocer a quienes amo, de controlar mis propios pensamientos y movimientos... de ver erosionarse la noción del propio ser, lentamente, neurona a neurona, mientras ocasionales destellos de lucidez me recuerdan lo que fui, pero que ya no volveré a ser. Una verdadera tragedia.
Y si a la trama de la neurodegeneración le faltaran elementos, la realidad es que esta es, de lejos, la categoría de enfermedades crónicas en la que la medicina ha logrado menos avances en las últimas décadas. El cerebro humano es tan complejo y fascinante como opaco e indescifrable. Una vez que se desencadenan los procesos que median en el desarrollo de estas enfermedades, la medicina moderna tiene poco que ofrecer para detener su avance; mucho menos para revertirlo. Es por eso que, más que nunca, el foco debe estar puesto en la prevención.
La Comisión de The Lancet sobre la prevención de la demencia y sus limitaciones
En agosto de este año, la Comisión para la prevención, intervención y tratamiento de la demencia de la prestigiosa organización científica The Lancet publicó su tercer informe sobre la prevención de la demencia, un documento exhaustivo basado en décadas de investigación y datos recopilados en diversas poblaciones alrededor del mundo. En este informe, los autores identificaron catorce factores de riesgo que están relacionados con el desarrollo de la demencia, y proporcionaron recomendaciones actualizadas basadas en la integración de nueva evidencia.
Este informe tiene la particularidad de enfocarse no sólo en poblaciones de países de altos ingresos, sino también en aquellos de ingresos bajos y medios, además de subgrupos tradicionalmente desatendidos y marginados. No obstante, hay que advertir que una de las principales limitaciones del reporte es que la mayoría de los datos disponibles aún provienen de países de altos ingresos, lo cual hace que las recomendaciones sean desproporcionadamente relevantes para estos contextos. Asimismo, de los 46 países con planes nacionales sobre la demencia, 31 no mencionan recomendaciones específicas para la inclusión de personas de culturas o etnias subrepresentadas, lo cual limita la aplicabilidad de estas estrategias a contextos diversos.
Otro desafío importante radica en la naturaleza de los factores de riesgo que se abordan en el informe, muchos de los cuales operan a lo largo del curso de vida, desde el nacimiento hasta la vejez. Sin embargo, los estudios disponibles suelen concentrarse en momentos específicos de la vida, aunado a que es difícil mapear con precisión cómo cada factor puede influir en diferentes etapas de esta.
A pesar de sus limitaciones, el informe proporciona una base sólida sobre la cual podemos actuar hoy para reducir nuestro riesgo de desarrollar demencia. Nos permite identificar qué factores están en nuestro control, qué hábitos podemos modificar, y qué estrategias podemos implementar para proteger nuestra salud cognitiva a largo plazo.
Siete factores de riesgo para prevenir la demencia
Dado que la prevención sigue siendo la mejor herramienta a nuestra disposición frente a la demencia, en esta entrada abordaremos siete de los catorce factores de riesgo identificados en el informe de The Lancet; en la segunda entrega de la serie exploraremos los otros siete.
Como verán, estos factores se relacionan estrechamente con nuestro estilo de vida, por lo que entran dentro de la categoría de modificables, es decir, podemos tomar cartas en el asunto.
1. Educación y estimulación cognitiva
La educación temprana y la estimulación cognitiva a lo largo de toda la vida se han identificado como factores protectores clave contra la demencia. Los estudios examinados por el reporte sugieren que la educación nos ayudan a aprovisionar nuestra "reserva cognitiva": la capacidad del cerebro para compensar los daños sufridos y seguir funcionando adecuadamente.
Esto significa que, cuanto más se ejercite el cerebro mediante actividades retadoras cognitivamente —como resolver problemas matemáticos, leer sobre temas por fuera de nuestra área de comodidad, aprender nuevos idiomas o, incluso, jugar juegos de video—, mayor será su capacidad de resistir el daño en la vejez.
En efecto, un estudio longitudinal de 107.896 personas en países de altos ingresos mostró que quienes se dedicaban a trabajos con alta estimulación cognitiva tenían un 21% menos de riesgo de desarrollar demencia en comparación con aquellos con trabajos menos exigentes mentalmente. Similarmente, estudios realizados en EE.UU. y China demostraron que la incidencia de demencia es menor entre las personas con más años de educación formal, subrayando la importancia de mantener el cerebro activo tanto en la juventud como en la edad adulta.
El cerebro, al igual que los músculos, necesita ejercicio. La estimulación cognitiva constante, ya sea a través de estudios formales, el trabajo o el aprendizaje de nuevas habilidades, fomenta la neuroplasticidad y permite mantener funciones críticas a medida que envejecemos.
2. Pérdida auditiva
La pérdida auditiva es otro factor de riesgo significativo para la demencia. Un meta-análisis adelantado por los autores del reporte indica que, en personas mayores de 50 años, la pérdida auditiva no tratada puede aumentar el riesgo de desarrollar demencia en un 37%. Este riesgo incrementa conforme empeora la capacidad auditiva: cada pérdida de 10 decibelios incrementa el riesgo relativo en un 16%.
La relación entre la pérdida auditiva y la demencia puede explicarse a través de múltiples mecanismos. La disminución de la capacidad auditiva reduce el estímulo que recibe el cerebro, lo que, a largo plazo, conlleva una disminución en la actividad cognitiva y una menor reserva cognitiva. Además, la pérdida auditiva contribuye al aislamiento social, que, como veremos en la segunda entrega de esta serie, es un importante factor de riesgo para el deterioro cognitivo.
Afortunadamente, el uso de audífonos podría reducir este riesgo. Un estudio reciente, conocido como el estudio ACHIEVE, mostró que los participantes con pérdida auditiva que utilizaron audífonos tuvieron una menor tasa de deterioro cognitivo en comparación con aquellos que no los usaron, especialmente en grupos con otros factores de riesgo presentes.
Abordar la pérdida auditiva a tiempo puede ser una de las estrategias más efectivas para reducir nuestro riesgo de demencia. No obstante, para aquellos que aún no exhiben señales de deterioro, lo mejor es ser conscientes sobre nuestro uso de audífonos y exposición a entornos con elevada contaminación auditiva, reduciendo el volumen de los dispositivos a su mínimo necesario y retando a nuestros oídos y cerebro a escuchar a niveles cada vez más bajos.
3. Depresión
Un reciente meta-análisis demostró que las personas con un diagnóstico de depresión tenían un 125% más de probabilidades de desarrollar demencia en comparación con aquellas sin antecedentes de depresión.
La relación entre la depresión y la demencia es bidireccional: la depresión puede ser tanto un síntoma temprano de un proceso neurodegenerativo, como un factor que contribuye al desarrollo de dicho proceso.
Mecanismos como la inflamación crónica, el aumento sostenido de cortisol y los cambios estructurales en el hipocampo —una región del cerebro crítica para la memoria— parecen ser mediadores clave en esta relación. Además, la depresión puede disminuir la actividad física y social de las personas, lo que acentúa aún más el riesgo de desarrollar demencia.
Sin embargo, tratar la depresión de manera efectiva tiene un efecto protector. La conclusión del reporte en este frente es que intervenciones como la psicoterapia, la farmacoterapia o una combinación de ambas no sólo mejoran la calidad de vida de quienes sufren de depresión, sino que también disminuyen el riesgo de deterioro cognitivo en el futuro.
4. Traumatismo craneoencefálico (TBI)
El traumatismo craneoencefálico (TBI, por sus siglas en inglés) es otro factor que incrementa significativamente el riesgo de demencia. Un meta-análisis que incluyó a más de 8 millones de individuos mostró que las personas que habían sufrido TBI tenían un 81% más de probabilidades de desarrollar demencia. Este riesgo es aún mayor en aquellos que han sufrido múltiples traumatismos.
El mecanismo detrás de esta relación incluye el daño axonal, la inflamación prolongada y la acumulación de proteínas tóxicas en el cerebro, como la tau y el beta-amiloide.
Los deportistas que practican deportes con riesgo de caídas, como el ciclismo, o de contacto, como el fútbol —no sólo el americano— o el boxeo, están particularmente en riesgo debido a la naturaleza repetitiva de los impactos en la cabeza. Un estudio en Escocia encontró que los exjugadores de fútbol profesional tenían 3,7 veces más probabilidades de desarrollar una enfermedad neurodegenerativa que la población general.
Protegerse de estos traumatismos, ya sea mediante el uso de equipo adecuado —cascos para deportistas y motociclistas por igual— o la reducción de la exposición a impactos, es fundamental para proteger la salud cerebral a largo plazo.
5. Tabaquismo
El tabaquismo en la mediana edad es otro factor de riesgo significativo para la demencia. Fumar no sólo afecta considerablemente la salud cardiovascular y pulmonar, sino que también incrementa el riesgo de deterioro cognitivo.
Un meta-análisis que incluyó 37 estudios encontró que las personas que fumaban en la mediana edad tenían un 30% más de riesgo de desarrollar demencia en comparación con quienes nunca habían fumado.
El mecanismo detrás de esta asociación parece estar relacionado con el daño vascular que el tabaquismo provoca en el cerebro. El flujo de sangre al cerebro se ve afectado por el daño en los vasos sanguíneos, lo cual impide que este reciba suficiente oxígeno y nutrientes.
Sin embargo, dejar de fumar tiene un impacto positivo, reduciendo el riesgo a niveles similares a los de quienes nunca han fumado. Los estudios muestran que los exfumadores no presentan un riesgo elevado de demencia en comparación con los no fumadores, lo cual demuestra que siempre es un buen momento para abandonar el hábito y proteger nuestro cerebro.
6. Colesterol LDL (Apo-B)
El colesterol LDL elevado —los invito a leer nuestra serie sobre colesterol para precisar que, más que LDL, lo que importa es la concentración de particulas de Apo-B—, especialmente en la mediana edad, se ha identificado como un factor de riesgo significativo para el desarrollo de la demencia, más allá de su impacto sobre la salud cardiovascular.
Meta-análisis recientes han mostrado que un aumento de 1 mmol/L en los niveles de colesterol LDL está asociado con un incremento del 8% en la incidencia de demencia.
El mecanismo detrás de esta asociación podría estar relacionado, una vez más, con la acumulación de placas de beta-amiloide y tau en el cerebro, que contribuyen a la neurodegeneración. Además, la inflamación crónica y el daño vascular inducido por altos niveles de colesterol LDL pueden comprometer la salud cerebral.
A pesar de esto, el uso de estatinas —y, muy probablemente, de otros fármacos para reducir las concentraciones de apo-B— ha demostrado ser prometedor en algunos estudios, mostrando una reducción en el riesgo de demencia.
Así, mantener un nivel adecuado de colesterol LDL y de partículas apo-B a través de una dieta saludable, ejercicio regular y, si es necesario, el uso de medicamentos, podría ser una estrategia eficaz para reducir el riesgo de desarrollar demencia.
7. Inactividad física
La falta de actividad física es uno de los principales factores de riesgo para la demencia.
Si son lectores recurrentes de este espacio, no debería sorprenderlos que la actividad física regular tenga múltiples beneficios para la salud cerebral, como mejorar la circulación sanguínea, reducir la inflamación y promover la neurogénesis —la creación de nuevas neuronas—.
En efecto, un meta-análisis de 58 estudios encontró que las personas físicamente activas tenían un 20% menos de riesgo de desarrollar demencia.
Como lo hemos enfatizado en múltiples ocasiones, la clave está en moverse de forma regular, independientemente de la intensidad. Caminar, nadar, bailar o incluso realizar actividades de jardinería puede tener un impacto positivo en este respecto. Mantenerse activo contribuye a la plasticidad cerebral, mejora la función cognitiva y reduce el riesgo de enfermedades neurodegenerativas.
Epílogo: Protege tu presente, invierte en tu futuro
A la luz de la extensión de la entrada, y en aras de la brevedad, sólo quiero concluir señalando que la prevención de la demencia es un llamado a vivir con intención, a reconocer el valor de nuestras decisiones diarias y a cuidar nuestra esencia antes de que los años y las circunstancias puedan arrebatárnosla. Cada uno de estos siete factores representa una oportunidad: la de actuar hoy para proteger nuestra capacidad de pensar, sentir, recordar y amar mañana.
Al final, cada pequeño esfuerzo presente, cada cambio encaminado a una vida más saludable, no es otra cosa sino un acto de generosidad hacia nuestro yo futuro y, más aún, hacia nuestros seres queridos del mañana.
Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.
Un abrazo,
Carlos