Notas al margen:
Esta entrada hace parte de nuestra serie de bono y está basada múltiples libros de texto, entradas de opinión y análisis de expertos, como los del Rhodium Group, Council on Foreign Relations, los profesores Brahma Chellaney, Daron Acemoglu y James Robinson, Keun Lee e Ian Buruma.
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La entrada:
Ha sido otra quincena llena de noticias, ahora en Francia y Corea del Sur, que parecieran validar la tesis central de nuestra última entrada de bono sobre la crisis de la democracia liberal a nivel mundial.
En este contexto, me parece pertinente voltear nuestra mirada hacia Taiwán, un pequeño bastión de la democracia en una región donde los regímenes autoritarios predominan. Admito que, hasta hace unos años, desconocía por completo la relevancia de esta pequeña isla en el mar de China. Sin embargo, lo que descubrí me llevó a apreciar no sólo su importancia estratégica y económica, sino también su papel como símbolo de resiliencia, progreso y, sobre todo, liberalismo democrático en un mundo que pareciera resistírsele.
Con una población de apenas 23 millones de habitantes y una extensión menor a la de Suiza, sería fácil para un observador desprevenido relegar a Taiwán a la irrelevancia. Sin embargo, su contribución al mundo es todo menos modesta. La isla produce más del 90% de los semiconductores avanzados a nivel global, esenciales para la tecnología que define nuestra era: computadores, teléfonos móviles, vehículos eléctricos, inteligencia artificial, en fin.
Pero su relevancia no se limita al plano industrial y económico.
Como ya lo decía, en una región en donde el populismo y el autoritarismo son la fuerza dominante, Taiwán es el mejor recordatorio de que abrazar los valores democráticos y liberales puede ser fuente de gran prosperidad generalizada en el largo plazo.
Por esto, y aunado a que la vuelta al poder de Donald Trump en Estados Unidos siembra un manto de duda sobre el devenir del frágil equilibrio geopolítico que ha mantenido a salvo a Taiwán durante las últimas décadas, quise escribir esta entrada. Espero que, tras leerla, incremente un poco su valoración del sistema político democrático y liberal (en el sentido más clásico de la palabra) y, por supuesto, su apreciación de esta pequeña isla en el Pacífico.
Un breve recuento histórico de Taiwán
La versión resumida: entre dos Chinas
La historia reciente de Taiwán suele tener como punto de partida la Guerra Civil China (1927–1949). Tras décadas de enfrentamientos entre las fuerzas nacionalistas del Kuomintang, lideradas por Chiang Kai-shek, y el Partido Comunista Chino, encabezado por Mao Zedong, el conflicto culminó en 1949 con la victoria de las fuerzas comunistas y el establecimiento de la República Popular China (RPC) en Beijing. Los nacionalistas, derrotados, huyeron a la isla de Taiwán, desde donde establecieron lo que consideraban el gobierno legítimo de toda China, bajo el nombre de la República de China (ROC).
Desde entonces, Taiwán ha mantenido una posición peculiar en el ámbito internacional. La política de "una sola China", promovida tanto por Beijing como por Taipei, defiende que sólo uno de estos gobiernos es legítimo representante de China. Para evitar tensiones con la RPC, la mayoría de los países del mundo, incluidos los más democráticos, como Estados Unidos, han optado por reconocer oficialmente a Beijing, mientras mantienen relaciones no oficiales con Taiwán. Esta ambigüedad ha sido crucial para preservar la estabilidad en la región, pero también ha limitado la participación de Taiwán en organizaciones internacionales como las Naciones Unidas.
Una historia más compleja y disputada
A pesar de que esta versión abreviada de los hechos puede ser un buen punto de partida, la historia de Taiwán y, sobre todo, su relación con China, es mucho más intrincada que la narrativa de una isla habitada por refugiados nacionalistas. La Federación de Asociaciones Taiwanesas por los Derechos Humanos (FAPA) y otros historiadores han argumentado que la conexión de Taiwán con China es, en el mejor de los casos, tenue y, en el peor, una ficción histórica promovida por Beijing para justificar sus reclamaciones territoriales.
La isla estuvo habitada por pueblos indígenas durante al menos 6.000 años antes de que colonos holandeses y españoles establecieran bases en el siglo XVII. En 1662, el general Ming Koxinga expulsó a los holandeses y estableció un reino independiente en Taiwán, que más tarde sería conquistado por la dinastía Qing. Aunque los Qing gobernaron partes de la isla durante más de dos siglos, nunca la consideraron plenamente integrada a China; de hecho, grandes áreas permanecieron bajo control indígena hasta finales del siglo XIX.
En 1895, tras la derrota de los Qing en la Primera Guerra Sino-Japonesa, Taiwán fue cedida "en perpetuidad" a Japón. Bajo el dominio japonés, la isla experimentó una transformación económica y social significativa, desarrollándose como una de las colonias más avanzadas de Asia. Este periodo culminó en 1945 con la rendición de Japón en la Segunda Guerra Mundial, lo que facilitó que las fuerzas nacionalistas chinas ocuparan Taiwán con el apoyo de las potencias aliadas. Sin embargo, legalmente, el estatus de Taiwán nunca fue completamente resuelto. Tratados como el de San Francisco (1951) y resoluciones de la ONU han dejado a la isla en un limbo jurídico que Beijing ha aprovechado para reivindicar su soberanía.
La importancia de Taiwán: eje económico y símbolo político
Taiwán como motor económico global
La historia reciente de Taiwán, marcada por su transformación de una economía manufacturera en un líder tecnológico global, es tan improbable como fascinante. Como ya anticipábamos, hoy día esta pequeña isla concentra una importancia económica desproporcionada en relación con su tamaño, destacándose como un pilar esencial en la maquinaria industrial global.
El núcleo de esta importancia radica en la industria de los semiconductores.
Al hablar de semiconductores, nos referimos a materiales, como el silicio, que son procesados y organizados en diminutos interruptores, conocidos como transistores, para controlar el flujo de electricidad para procesar datos o almacenar información.
En ese sentido, un semiconductor es la base sobre la cual se construyen los circuitos integrados (chips), que contienen millones o incluso miles de millones de transistores, cuya longitud se mide en nanómetros (dato curioso: hay transistores del diámetro de un átomo, bordeando con los límites de lo permitido por la mecánica clásica).
Gracias a la capacidad de los semiconductores para alternar entre conducir o bloquear la electricidad, los chips pueden realizar cálculos, almacenar datos y ejecutar instrucciones, lo que los convierte en el corazón de casi toda la tecnología moderna: teléfonos, computadoras, vehículos, e incluso electrodomésticos como lavadoras o neveras.
Al respecto, Taiwán produce más del 70% de estos componentes esenciales a nivel mundial y cerca del 90% de los chips más avanzados, como los que se utilizan para un celular o computador de última generación (todos los de Apple, por ejemplo). La dominancia de empresas como TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company) no sólo refuerza la posición de Taiwán como líder global, sino que lo hace indispensable en una economía cada vez más digitalizada.
Un análisis reciente del Rhodium Group ilustra muy bien el riesgo que representa cualquier interrupción en la producción taiwanesa: un hipotético bloqueo comercial o invasión por parte de China podría desatar una crisis global con costos directos superiores a los dos billones (2.000.000.000.000) de dólares anuales.
Y esta cifra no incluye las consecuencias indirectas, como el colapso de las cadenas de suministro, pues la ubicación estratégica de Taiwán en el Indo-Pacífico no es menor. Su posición en la primera cadena de islas —que conecta Japón, Filipinas y el Mar del Sur de China— hace de Taiwán un punto de control natural para las rutas marítimas más activas del mundo.
Todo lo anterior llevaría a la pérdida de empleo masivo y una inflación exacerbada y generalizada a nivel global.
Para ponerlo en perspectiva, una interrupción significativa en la producción y flujo comercial de Taiwán sería más costosa para la economía mundial que la Gran Recesión financiera de 2008.
Taiwán como símbolo político y baluarte democrático
Si bien el peso económico de Taiwán es notable, su relevancia política y ética es aún más significativa. En una región dominada por regímenes autoritarios, Taiwán es un faro de democracia y libertad, un modelo alternativo que desafía la narrativa promovida por el Partido Comunista Chino (PCCh) y que prueba que los valores democráticos y liberales pueden generar prosperidad al margen del tejido social y cultural que los soporte.
La evolución política de Taiwán ha sido extraordinaria. Desde su transición hacia la democracia en los años ochenta, la isla no sólo ha adoptado los valores liberales, sino que los ha integrado profundamente en su sistema político. Hoy, Taiwán se posiciona como uno de los países más libres de Asia, con niveles de participación ciudadana que superan incluso a muchas democracias occidentales. Ejemplos como el "hackatón presidencial", en donde los ciudadanos presentan soluciones tecnológicas directamente al gobierno, o las consultas públicas digitales, muestran cómo una democracia puede ser ágil, inclusiva y efectiva en nuestra era.
Pero esta democracia va más allá de ser un modelo político funcional. Representa un desafío directo al argumento del PCCh de que los valores confucianos y la identidad china son incompatibles con la democracia. Como bien lo señalan los profesores Daron Acemoglu y James Robinson, Taiwán demuestra que los valores tradicionales de Oriente pueden coexistir con un sistema democrático robusto. En lugar de ser una excepción, la experiencia taiwanesa sugiere que el autoritarismo chino no es inevitable, y que un camino democrático es posible incluso en contextos históricamente jerárquicos.
El destino de Taiwán también tiene implicaciones profundas para el orden internacional. En un mundo aún conmocionado por la invasión rusa de Ucrania, una anexión forzada de Taiwán por parte de China enviaría un mensaje devastador: que los regímenes autoritarios pueden cambiar fronteras con impunidad.
Esto socavaría las bases del derecho internacional, debilitando no sólo la estabilidad regional, sino también la confianza en las alianzas globales que han sostenido décadas de progreso y paz relativa.
Defender a Taiwán, por tanto, no es sólo una cuestión de estrategia económica y geopolítica. Es una declaración de principios sobre el valor de la autodeterminación, los derechos humanos y la resiliencia democrática-liberal.
En un contexto donde los populistas y autoritarios buscan consolidarse a través de la demagogia, la polarización, la coerción y el miedo, Taiwán le recuerda al mundo que hay alternativas, y que los valores democráticos siguen siendo una fuente de fuerza y legitimidad.
Epílogo: la lección de Taiwán
Taiwán es mucho más que una isla en el estrecho que es su epónimo; es un recordatorio viviente de las tensiones que moldean el mundo de hoy. Su historia y posición actual nos enseñan que los valores democráticos, lejos de ser un lujo de las sociedades desarrolladas, pueden florecer incluso en contextos adversos y ofrecer una alternativa viable frente al autoritarismo. Defender a Taiwán no es sólo proteger un pilar de la economía global, es salvaguardar la idea de que cualquier nación, sin importar lo pequeña que sea, puede prosperar mediante la autodeterminación, la libertad y la democracia.
En un mundo donde el poder y la influencia parecen concentrarse cada vez más en manos de unos pocos, el presente y futuro de Taiwán nos invita a reflexionar sobre qué tipo de futuro queremos construir.
Taiwán no sólo merece nuestra atención por lo que produce, sino también por lo que representa: un ejemplo de resiliencia, innovación, liberalismo, democracia y esperanza en tiempos de incertidumbre.
Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.
Un abrazo,
Carlos
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