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7 formas (más) de prevenir la demencia

Segunda entrega de una serie que cubre los principales hallazgos de un recientemente publicado reporte científico sobre esta enfermedad neurodegenerativa
Imagen elaborada con el modelo Dall-E de OpenAI.

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Crecimiento en breve:

  1. Factores como la diabetes, la hipertensión y la obesidad, cuando se controlan adecuadamente, pueden reducir significativamente el riesgo de deterioro cognitivo a largo plazo.

  2. Acciones como limitar el consumo de alcohol, fomentar la interacción social y proteger la visión no solo mejoran nuestra salud actual, sino que también contribuyen a construir una reserva cognitiva sólida para el futuro.

  3. Reducir la exposición a la contaminación del aire y promover políticas de aire limpio son tanto una responsabilidad colectiva como una oportunidad para proteger nuestra capacidad de pensar, aprender y recordar.

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La entrada:

En la primera entrega de esta serie motivamos la exploración de la demencia no sólo por ser una amenaza para nuestra longevidad, sino por representar una de las mayores tragedias humanas: la pérdida progresiva de nuestra identidad, nuestras capacidades y nuestros vínculos afectivos. Como mencioné entonces, mi interés en este tema surge de un temor profundamente personal: el de enfrentar una condición que limite mi capacidad de pensar, crear y conectar con quienes amo. Este temor, sin embargo, no es pasivo; es uno que hoy me lleva a explorar qué podemos hacer para prevenir este desenlace.

Por ello, en la anterior entrega, y basados en el exhaustivo informe de la Comisión de The Lancet sobre prevención de la demencia, detallamos los primeros siete factores identificados como claves en esta lucha por la prevención, todos ellos modificables, por lo que abren una ventana de oportunidad para minimzar el riesgo de desarrollar esta gravosa enfermedad.

Antes de seguir con los otros siete factores de riesgo, les dejo un breve recordatorio de los primeros siete, así como una síntesis de las estrategias que podemos adoptar para aplacarlos:

  1. Educación y estimulación cognitiva: La educación a lo largo de la vida fomenta la reserva cognitiva, lo que protege al cerebro contra daños. Estrategias como resolver problemas complejos, aprender nuevos idiomas o explorar áreas desconocidas del conocimiento son esenciales.

  2. Pérdida auditiva: Evitar la exposición prolongada o repetitiva a ruidos perjudiciales y, más aún, tratar la pérdida auditiva a tiempo, mediante el uso de audífonos, reduce significativamente el riesgo de neurodegeneración y desarrollo de demencia.

  3. Depresión: La depresión no tratada incrementa el riesgo de demencia, pero intervenciones como la psicoterapia o medicamentos pueden tener un efecto protector.

  4. Traumatismo craneoencefálico: Protegernos de lesiones en la cabeza mediante cascos o reducción de actividades de alto impacto —como fútbol americano, boxeo, entre otras— es clave para preservar la salud cerebral.

  5. Tabaquismo: Dejar de fumar reduce el riesgo de demencia, incluso en quienes fumaron durante años.

  6. Colesterol LDL (Apo-B): Mantener niveles adecuados de Apo-B a través de la dieta, el ejercicio y, si es necesario, medicamentos, protege tanto nuestro sistema cardiovascular como nuestro cerebro.

  7. Inactividad física: Incorporar actividad física regular, como caminar, trotar o nadar, mejora la plasticidad cerebral y reduce el riesgo de enfermedades neurodegenerativas.

Es importante recordar que, aunque estas estrategias están respaldadas por estudios rigurosos y meta-análisis, las limitaciones inherentes a este tipo de investigaciones no deben ser ignoradas. Muchos de los datos disponibles provienen de poblaciones de países de altos ingresos, lo que restringe en cierta medida su aplicabilidad a contextos más diversos. Así mismo, el impacto acumulativo de estos factores a lo largo de la vida puede variar significativamente entre individuos, y los mecanismos precisos que los vinculan con la demencia todavía no se comprenden del todo.

Sin embargo, con todo y estas limitaciones, la robustez de la evidencia disponible nos proporciona una base sólida para la acción. La mejor estrategia que tenemos a nuestra disposición sigue siendo la prevención: identificar los factores que podemos modificar y actuar sobre ellos hoy.

Prevenir no es una garantía de que el riesgo será eliminado por completo, pero sí es la herramienta más poderosa que tenemos para inclinar la balanza a nuestro favor.

Con esto como punto de partida, en esta segunda parte exploraremos los otros siete factores de riesgo identificados, y con ello, continuaremos ampliando las oportunidades de proteger nuestra salud cognitiva y vivir plenamente.

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1. Diabetes

La diabetes tipo 2, particularmente cuando se diagnostica en la mediana edad, se asocia con un riesgo significativamente mayor de desarrollar demencia en la vejez. Un estudio prospectivo con más de 10,000 participantes reveló que por cada cinco años en que la edad de inicio de la diabetes se redujera, el riesgo de demencia aumentaba en un 24%. Sin embargo, este riesgo parece disminuir en personas cuyo diagnóstico ocurre después de los 70 años. Y aunque la evidencia sobre la relación entre diabetes en edades avanzadas y demencia sigue siendo limitada, las observaciones actuales apuntan a una conexión más fuerte cuando la enfermedad tiene una duración prolongada o un control inadecuado.

A nivel fisiológico, se cree que la diabetes contribuye al deterioro cognitivo a través de varios mecanismos. La resistencia a la insulina, un sello distintivo de esta enfermedad, afecta la señalización de insulina en el sistema nervioso central, lo que altera el metabolismo cerebral y promueve procesos como el estrés oxidativo, la inflamación crónica y la acumulación de beta-amiloide y tau, proteínas tóxicas características de enfermedades neurodegenrativas. Además, complicaciones vasculares asociadas a la diabetes, como el daño microvascular y macrovascular, incrementan el riesgo de eventos cerebrovasculares, que a su vez deterioran la función cognitiva.

Aunque el control intensivo de la glucosa en sangre no parece reducir directamente el riesgo de demencia, algunos tratamientos farmacológicos han mostrado efectos prometedores. Un meta-análisis reciente que incluyó a 1.6 millones de participantes señaló que medicamentos como los inhibidores SGLT2 y los agonistas del receptor GLP-1 están asociados con una reducción significativa del riesgo de demencia. Por el contrario, los pacientes tratados con sulfonilureas experimentaron un mayor riesgo. Estos hallazgos subrayan la importancia de considerar cuidadosamente el tratamiento farmacológico en el manejo de la diabetes.

La prevención del impacto de la diabetes en la salud cognitiva requiere un enfoque integral. Esto incluye monitorear y controlar los niveles de glucosa en sangre a través de intervenciones farmacológicas y cambios en el estilo de vida. Mantener una dieta equilibrada, rica en alimentos con bajo índice glicémico, realizar actividad física regular para mejorar la sensibilidad a la insulina, y abordar factores de riesgo adicionales como la hipertensión y la obesidad son pasos fundamentales, como ya veremos.

2. Hipertensión

La hipertensión en la mediana edad es uno de los factores de riesgo más estudiados para el desarrollo de demencia, incluyendo Alzheimer y demencia vascular. Un meta-análisis de 12 ensayos clínicos aleatorizados, que incluyó a más de 96,000 participantes con un seguimiento promedio de 4.1 años, mostró que el tratamiento antihipertensivo redujo el riesgo de demencia en un 7%. Además, un análisis de datos individuales de cinco ensayos clínicos reportó una reducción del riesgo del 13% en pacientes tratados con antihipertensivos en comparación con un grupo placebo.

El impacto de la hipertensión en la salud cerebral puede explicarse por su contribución a una variedad de mecanismos patológicos. La presión arterial elevada daña los vasos sanguíneos, causando microinfartos, atrofia cerebral y reducción del flujo sanguíneo cerebral, todo lo cual contribuye al deterioro cognitivo. Además, estudios recientes han señalado que la variabilidad en la presión arterial, más allá de los niveles elevados sostenidos, incrementa significativamente el riesgo de demencia.

El tratamiento temprano y consistente de la hipertensión es clave para mitigar este riesgo. Las estrategias incluyen el uso de medicamentos, como bloqueadores de receptores de angiotensina II y bloqueadores de canales de calcio, que han demostrado ser particularmente efectivos en la protección cognitiva.

Asimismo, adoptar hábitos de vida saludables, como reducir la ingesta de sodio, aumentar el consumo de potasio y practicar actividad física regular, es fundamental. Por último, es especialmente importante monitorear la presión arterial en contextos de variabilidad para implementar ajustes terapéuticos que optimicen la salud cerebral.

3. Obesidad

La obesidad, entre más temprano se desarrolle y cuanto más tiempo se esté presente, está estrechamente relacionada con un mayor riesgo de demencia. Un meta-análisis que incluyó a más de 77,000 participantes mostró que las personas con obesidad en la mediana edad tienen un 31% más de probabilidad de desarrollar demencia. Además, la obesidad central, medida por la circunferencia de la cintura, incrementa este riesgo en un 10%.

Los mecanismos subyacentes incluyen inflamación crónica, resistencia a la insulina y daño vascular, que contribuyen al deterioro neuronal. Asimismo, el tejido adiposo produce citocinas proinflamatorias, como la interleucina-6, que exacerban el estrés oxidativo y aceleran procesos neurodegenerativos.

Interesantemente, estudios recientes también han encontrado que el estigma asociado a la obesidad genera estrés crónico y niveles elevados de cortisol, lo que podría mediar en el vínculo entre obesidad y deterioro cognitivo. Así que ya saben: generosidad y empatía en vez de estigmatización y prejuicio, con nosotros mismos y con los demás.

La prevención pasa por mantener un peso saludable a través de cambios sostenibles en la dieta y el ejercicio. Estudios de intervención han demostrado que incluso una pérdida de peso moderada, de tan solo 2 kg, puede mejorar la función cognitiva en el corto plazo. Las estrategias incluyen priorizar alimentos ricos en nutrientes, reducir el consumo de azúcares añadidos y grasas saturadas, y fomentar actividades físicas regulares, como caminar, montar en bicicleta o nadar, para mantener una composición corporal saludable y proteger la salud cerebral.

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4. Consumo excesivo de alcohol

El consumo elevado de alcohol, definido como más de 21 copas por semana (equivalente a 168g de etanol), se asocia con un aumento del 22% en el riesgo de demencia. Además, investigaciones recientes han mostrado que el consumo excesivo contribuye a la pérdida de materia gris en áreas clave del cerebro, afectando funciones cognitivas esenciales como la memoria y el juicio.

El impacto del alcohol sobre el cerebro incluye daños en la barrera hematoencefálica, aumento del estrés oxidativo y neuroinflamación. También puede reducir la capacidad de reparación neuronal, lo que lo convierte en un factor agravante en el deterioro cognitivo.

La estrategia más efectiva para mitigar este riesgo es llevar su consumo a las mínimas expresiones, preferiblemente no excediendo las dos copas por ocasión y evitando los licores fuertes. Limitar la ingesta de alcohol no sólo protege el cerebro, sino que también mejora la salud general.

5. Aislamiento social

A propósito de nuestra reciente entrada sobre la epidemia de la soledad, esta comisión encontró que la percepción de aislamiento social aumenta el riesgo de demencia de manera significativa. Un meta-análisis que incluyó a más de 15,000 participantes encontró que quienes tenían contactos sociales poco frecuentes presentaban un 57% más de probabilidad de desarrollar demencia.

El aislamiento social afecta la salud cerebral al reducir la reserva cognitiva, aumentar los niveles de estrés y disminuir la neuroplasticidad. Además, investigaciones de neuroimagen han revelado que las personas socialmente aisladas presentan un menor volumen de materia gris en regiones clave del cerebro, como el lóbulo temporal y el córtex prefrontal.

Promover el contacto social es clave para mitigar este riesgo. Participar en actividades grupales, mantener relaciones significativas y fomentar redes de apoyo son estrategias efectivas en este respecto. Promovamos el contacto interpersonal y la creación de comunidades robustas y solidarias.

6. Contaminación del aire

La exposición a material particulado (PM2.5) está cada vez más asociada con un mayor riesgo de demencia. Un meta-análisis reciente encontró que por cada aumento de 1 µg/m³ en la concentración de PM2.5, el riesgo de demencia incrementa en un 3%. Además, un estudio en Francia mostró que una reducción en la contaminación del aire entre 1990 y 2000 disminuyó el riesgo de demencia en un 15%.

El daño cerebral asociado a la contaminación incluye inflamación crónica, estrés oxidativo y alteraciones vasculares, que afectan la función neuronal. Las partículas más pequeñas, como el carbono negro, tienen un impacto particularmente dañino debido a su capacidad de cruzar la barrera hematoencefálica.

La prevención requiere esfuerzos a nivel personal y colectivo. Reducir la exposición a la contaminación, optar por medios de transporte sostenibles y apoyar políticas de aire limpio son acciones fundamentales.

Además, si las aplicaciones de monitoreo de la calidad del aire en sus celulares (disponibles en Android y Apple) indican una elevada contaminación, procuren permanecer en casa y, si necesitan salir, hacer uso de tapabocas de alta protección (tipo KN-95).

7. Pérdida visual no tratada

La pérdida visual, incluida la corrección insuficiente de problemas comunes como la miopía y el astigmatismo, incrementa el riesgo de demencia en un 47%. Este riesgo también se extiende a aquellos con deterioro visual moderado.

La pérdida visual no tratada puede contribuir al deterioro cognitivo al limitar la estimulación sensorial y social, reduciendo la actividad cerebral y fomentando el aislamiento, muy similar a lo que ocurre con la pérdida auditiva, como lo comentábamos en la primera entrega de la serie. Además, las enfermedades oculares como el glaucoma o las cataratas no tratadas pueden estar asociadas con inflamación crónica, que a su vez afecta la función neuronal.

Abordar problemas visuales de forma temprana es una estrategia crucial. Realizar exámenes visuales regulares, utilizar lentes correctivos y considerar intervenciones quirúrgicas cuando sea necesario, como la extracción de cataratas, son todas acciones encaminadas a mitigar este factor de riesgo. Asimismo, fomentar una buena higiene visual y evitar la exposición prolongada a pantallas sin pausas regulares son medidas prácticas para prevenir el deterioro de nuestra salud ocular.

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Epílogo: el legado de nuestras decisiones

La demencia es, sin duda, una de las mayores tragedias de la vida humana. Representa la pérdida progresiva de aquello que nos hace quienes somos: nuestros recuerdos, nuestras relaciones, nuestra capacidad de reflexionar, crear y amar. Pero, si algo queda claro tras revisar las investigaciones más recientes, es que no estamos completamente indefensos frente a este destino.

Aunque la prevención no sea garantía, es nuestra mejor herramienta, y cada decisión que tomamos hoy puede inclinar la balanza hacia un futuro más pleno y consciente.

En estas dos entregas, exploramos catorce factores de riesgo que, a lo largo de nuestra vida, pueden aumentar o reducir la probabilidad de desarrollar demencia. Factores como la educación, la actividad física, la dieta y el manejo de condiciones crónicas como la hipertensión o la diabetes no sólo determinan nuestra salud cognitiva, sino también nuestra calidad de vida en general. Vimos cómo incluso pequeñas decisiones, como proteger nuestra audición, priorizar interacciones sociales o moderar nuestro consumo de alcohol, pueden tener un impacto significativo en nuestro cerebro a lo largo de los años.

Estos hallazgos nos recuerdan que no se trata de esperar pasivamente a que la ciencia encuentre la cura para estas enfermedades devastadoras. Se trata de actuar ahora, de tomar control sobre lo que está en nuestras manos, y de honrar la oportunidad que tenemos de construir un futuro más saludable, tanto para nosotros como para quienes amamos.

La prevención no es sólo un acto de responsabilidad individual, sino también una forma de generosidad hacia nuestras familias, comunidades y generaciones futuras.

Que estas reflexiones no queden sólo en el plano de lo teórico. Los invito a hacer un compromiso con ustedes mismos: cuidar de su cuerpo, estimular su mente y fortalecer sus relaciones. El mejor regalo que podemos darnos hoy es la posibilidad de un mañana lúcido, lleno de significado y conexión.

Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.

Un abrazo,

Carlos


Por si te los perdiste… o quieres refrescar la memoria

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