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¿Por qué vemos problemas donde no los hay?

La explicación científica para nuestra tendencia a crear "tormentas en vasos de agua" y cómo utilizarla a nuestro favor para encontrar mayor satisfacción y calma en la vida
Imagen elaborada con el modelo Dall-E de OpenAI.

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Crecimiento en breve:

  1. El problem creep encapsula cómo nuestras mentes, diseñadas para sobrevivir en entornos hostiles, reinterpretan los desafíos en ausencia de problemas graves. Comprenderlo nos ayuda a tomar control sobre nuestra percepción.

  2. Aprender a distinguir entre lo urgente y lo importante es clave para evitar el desgaste innecesario y así enfocarnos en lo que realmente contribuye a nuestro crecimiento y bienestar.

  3. Dirigir nuestra atención en los problemas que tienen un impacto significativo en nuestra vida nos encamina hacia los resultados y, más importante, a vivir con mayor claridad, gratitud y propósito.

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Notas al margen:

  • Esta entrada hace parte de nuestras series sobre emprendimiento y liderazgo e inteligencia emocional y está basada en el varios artículos académicos, como Prevalence-induced concept change in human judgment del profesor David Levari y compañía.

  • Todo nuestro contenido es de libre acceso al público. La mejor forma de reconocer nuestro trabajo es ayudándonos a crecer esta comunidad, invitando a amigos, familiares y colegas a unirse, así como dándole un “me gusta” y compartiendo nuestras publicaciones.

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Versiones en audio y video de la entrada:

  • Si no tienes tiempo para leer o simplemente prefieres escuchar la entrada, puedes encontrar su versión en podcast en Spotify

  • Nuestros comentarios en video a esta entrada los puedes ver en YouTube o en Substack, dando click al botón “Mira ahora” ubicado arriba del título de la entrada.

La entrada:

Si son como yo, seguramente hace no muy poco se habrán enfrascado en un "problema" que, una vez resuelto o puesto en perspectiva, resultaba no ser tan problemático. En otras palabras, como reza el refrán, "armaron una tormenta en un vaso de agua". Y la gran tragedia es que nos acostumbramos a saltar de tormenta en tormenta, sin detenernos a pensar en el porqué de este comportamiento y sus implicaciones sobre nuestro bienestar.

Sobre el porqué, afortunadamente la ciencia, no hace mucho, nos ha venido dando luces al respecto. Como veremos en detalle más adelante, diversos estudios sugieren que un fenómeno evolutivo conocido como prevalence-induced concept change (algo así como cambio conceptual inducido por la prevalencia), o simplemente problem creep, no sólo explica por qué nos enfocamos en nuevos problemas a medida que los anteriores se resuelven, sino también cómo nuestras mentes tienden a redefinir lo que consideramos "problemático".

Así, en esta entrada exploraremos cómo este fenómeno ha sido estudiado, qué lo sustenta desde una perspectiva psicológica y evolutiva, y, lo más importante, cómo podemos tomar perspectiva para distinguir entre problemas reales y aparentes. Al final, veremos que este hábito de "ampliar criterios" no es simplemente una carga; también puede ser una oportunidad para ordenar nuestras prioridades y vivir con mayor claridad, gratitud y plenitud.

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Los estudios de David Levari: entender el problem creep

Como ya adelantábamos, para comprender por qué tenemos esta tendencia a encontrar problemas incluso cuando nuestras condiciones objetivas mejoran, vale la pena explorar el trabajo de David Levari y su equipo, publicado en la revista Science en 2018. En su estudio, los investigadores diseñaron una serie de experimentos que indagaban sobre cómo las personas ajustan sus criterios de evaluación a medida que disminuye la prevalencia de un problema.

Para ir a lo más primal de la psicología humana, Levari diseñó experimentos que involucraban la detección de colores en una escala de azul. A los participantes se les pedía identificar cuáles tonos eran "azul" entre una serie de muestras. Inicialmente, había una gran cantidad de tonos azules evidentes, pero, a medida que estos tonos disminuían, los participantes comenzaron a clasificar tonos menos azules como "azul". Este patrón no se limitó a los colores.

Luego, teniendo esto como punto de partida, él y su equipo procedieron a explorar qué tanto este fenómeno permeaba en otros aspectos de nuestra toma de decisiones, como la identificación de amenazas o la resolución de dilemas éticos.

Quizás la configuración más famosa de estos experimentos es la de juzgar si una persona puede ser peligrosa a partir de fotos de su rostro. Al principio, los sujetos eran presentados con una proporción elevada de fotos de personas que, estereotípicamente, se considerarían peligrosas. Sin embargo, conforme transcurría el experimento, disminuía la proporción de personas aparentemente peligrosas. ¿La respuesta de los evaluados? Disminuir su umbral de “peligrosidad” para seguir llegando a la misma proporción de personas peligrosas que en un inicio.

Lo más sorprendente es que este comportamiento persistió incluso cuando se advertía a los participantes sobre la posibilidad de que ampliaran sus criterios. En otras palabras, este ajuste no era completamente consciente, sino un mecanismo automático de nuestra percepción y juicio.

Este hallazgo pone en evidencia cómo nuestras mentes están diseñadas para "llenar vacíos", lo que a menudo nos lleva a reinterpretar nuestra realidad de formas que no siempre guardan proporcionalidad, son útiles o, mucho menos, ecuánimes.

Bases evolutivas y psicológicas del problem creep

¿Por qué nuestra mente tiende a llenar vacíos y redefinir problemas? La respuesta tiene raíces profundas en nuestra evolución. Durante miles de años, nuestra supervivencia dependió de la capacidad de detectar amenazas, resolver problemas y anticipar riesgos. Nuestros ancestros vivían en entornos hostiles, en donde ignorar una amenaza aparentemente menor podía significar la diferencia entre la vida y la muerte. Esta constante vigilancia se convirtió en una herramienta indispensable para nuestra supervivencia.

Sin embargo, este "sistema de alerta constante" se diseñó para entornos donde los problemas eran abundantes, sus consecuencias muy severas y sus soluciones limitadas. En el mundo moderno, muchos de esos desafíos ancestrales —como la escasez de alimentos o el peligro de depredadores— ya no existen en gran medida.

Es otra instancia en donde nuestro entorno se ha transformado mucho más rápido que la capacidad de adaptación de nuestra biología. Hay una disonancia marcada.

Más aún, psicológicamente, este fenómeno suele estar acompañado —y reforzado— por dos sesgos cognitivos bien documentados:

  1. Sesgo de negatividad: nuestra tendencia innata a enfocarnos más en lo negativo que en lo positivo prospectivamente. Este sesgo, adaptativo en el pasado, nos hacía más propensos a evitar riesgos que a disfrutar beneficios. Hoy, sin embargo, nos lleva a magnificar problemas menores o crear preocupaciones donde no las debería de haber.

  2. Adaptación hedónica: el proceso por el cual nos acostumbramos rápidamente a las mejoras en nuestra vida, estableciendo nuevos estándares como "normales", lo que nos deja en una constante búsqueda de nuevas metas, pero también nos hace más propensos a sentirnos insatisfechos con lo que ya tenemos.

Desde esta perspectiva, el problem creep no es simplemente un defecto, sino una adaptación natural de nuestro cerebro para garantizar nuestra supervivencia. Sin embargo, en un contexto moderno, puede convertirse en un obstáculo para la gratitud y la claridad, distorsionando nuestra percepción de lo que realmente importa, generando más estrés del que es necesario y llevando nuestro foco hacia lo negativo.

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La paradoja del desarrollo y los "problemas del primer mundo"

El problem creep no sólo ocurre a nivel individual; también se manifiesta a nivel colectivo, especialmente en sociedades donde los problemas fundamentales ya han sido resueltos en gran medida. Esto da lugar a la paradoja del desarrollo: cuanto más progresamos, más sensibles nos volvemos a problemas menores, al punto de que estos pueden parecer tan significativos como los grandes desafíos que enfrentábamos en el pasado.

Un ejemplo claro son los llamados "problemas del primer mundo". En el pasado, cuestiones como tener acceso a agua potable o comida suficiente eran preocupaciones centrales. Hoy, en muchas sociedades desarrolladas, las prioridades han cambiado: nos preocupamos por la velocidad del Wi-Fi, la comodidad del transporte público o la calidad del café que consumimos.

Estos problemas, aunque reales en cierto sentido, reflejan una sensibilidad exacerbada hacia inconvenientes menores en un contexto de abundancia.

Sin embargo, esta paradoja no debe interpretarse como un juicio hacia quienes experimentan estos problemas. Nuestra percepción está moldeada por el entorno, y es natural que las prioridades cambien a medida que nuestras necesidades básicas se cubren. El riesgo está en permitir que estos problemas menores dominen nuestra atención y energía, desviándonos de los desafíos más significativos o impidiéndonos de disfrutar de todo lo bueno que hemos alcanzado.

Para contrarrestar esta tendencia, es fundamental cultivar una perspectiva crítica. Preguntas como "¿Este problema realmente merece mi preocupación?" o "¿Estoy dedicando mi energía a lo que importa?" pueden ayudarnos a recuperar el equilibrio. Reconocer que muchos de los problemas que enfrentamos son, en el gran esquema de las cosas, privilegios disfrazados, puede ser un primer paso hacia una vida más consciente y agradecida.

La importancia de la perspectiva: revelar la verdadera gravedad de los problemas

El problem creep no es inherentemente negativo. La capacidad de identificar problemas, incluso menores, es una señal de progreso y refinamiento en nuestras prioridades. Sin embargo, esta tendencia puede volverse perjudicial cuando perdemos perspectiva sobre la verdadera gravedad de los problemas que enfrentamos. Magnificar inconvenientes triviales no sólo genera estrés innecesario, sino que también puede desviar nuestra atención y energía de los desafíos que realmente importan.

Una forma de abordar esta tendencia es mediante la toma de perspectiva. Esto implica entrenarnos para evaluar críticamente cada situación y preguntarnos si el problema realmente merece la preocupación y el tiempo que le estamos dedicando. Algunas estrategias prácticas para ello pasan por:

  1. Cuestionar la criticidad del problema: Pregúntate:

    • "¿Este problema afectará mi vida en una semana, un mes o un año?"

    • "¿Es esto un inconveniente pasajero o algo que realmente pone en riesgo mi bienestar o el de otros?"

  2. Comparar con problemas más significativos: Sin caer en la trampa de invalidar tus emociones, reflexiona sobre cómo se compara este problema con los desafíos más serios que has enfrentado o que otros enfrentan actualmente. Por ejemplo, ¿es realmente tan crítico que tu café no esté a la temperatura perfecta cuando hay personas luchando por garantizar su acceso a agua potable?

  3. Cultivar la gratitud: En lugar de enfocarte exclusivamente en lo que falta o no funciona, identifica al menos tres cosas que estén yendo bien en tu vida en ese momento. Este simple ejercicio puede ayudarte a equilibrar tu percepción y reducir el estrés.

  4. Tomar distancia emocional: Cuando sientas que estás reaccionando de manera desproporcionada, intenta dar un paso atrás. Practicar técnicas de regulación emocional, como la respiración profunda o la meditación, puede ayudarte a recuperar claridad antes de actuar.

Estas herramientas no buscan negar la existencia de problemas, sino ayudarnos a distinguir entre lo que merece nuestra energía y lo que podemos dejar pasar. Al hacerlo, podemos liberar espacio mental para abordar los desafíos que realmente tienen un impacto significativo en nuestra vida y en la de los demás.

Al final, tomar perspectiva no significa ignorar las incomodidades cotidianas, sino integrarlas dentro de un marco más amplio que valore el progreso alcanzado y nos permita avanzar con mayor claridad y propósito.

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Epílogo: elegir nuestras batallas con intención

La vida moderna nos enfrenta a una paradoja inevitable: mientras resolvemos problemas que alguna vez parecieron insuperables, nuestra mente sigue encontrando nuevos desafíos. Pero este fenómeno, lejos de ser un defecto, nos invita a reflexionar sobre una cuestión clave: ¿estamos dedicando nuestra energía a lo que realmente importa?

Quiero ser claro: no estoy abogando por la mediocridad, ni sugiriendo que dejemos de ser rigurosos y entregados al proceso. La mejora continua requiere de compromiso, esfuerzo y atención a los detalles. Sin embargo, también exige algo más: sabiduría para elegir nuestras batallas.

No se trata de ignorar las dificultades, sino de enfocarnos en los problemas que tienen un impacto real y duradero, en lugar de desgastarnos en asuntos triviales que nos desvían de nuestras metas.

Ser selectivos con nuestras luchas no es un acto de pereza, conformismo o pusilanimidad, sino de estrategia y generosidad. Al saber dónde enfocar nuestra atención, podemos maximizar resultados a nivel personal, profesional, deportivo, sentimental y en cualquier ámbito que valoremos. Es una forma de honrar nuestro tiempo, nuestra energía y nuestro propósito, evitando que lo urgente nos distraiga de lo importante.

Vive y aprecia cada momento. Concéntrate en lo que está en tu control. Disfruta el proceso.

Un abrazo,

Carlos


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